Por América Latina Mejor sin TLC | 7-9-21
“Luchamos por una integración alternativa de los pueblos”
La Plataforma América Latina Mejor Sin TLC entrevistó a Julio Gambina, fundador de ATTAC Argentina y del Encuentro Sindical Nuestra América (ESNA). En esta charla, el profesor universitario de economía política y doctor en ciencias sociales de la UBA, habló del proceso de liberalización mundial de las últimas décadas y de la necesidad de construir alternativas basadas en soberanías ampliadas.
El rechazo al ALCA en 2005 supuso un freno al avance de los Tratados de Libre Comercio en la región. Sin embargo, posteriormente proliferaron numerosos tratados bilaterales e incluso megarregionales. ¿Cómo analiza esa evolución en América Latina?
Tenemos que ubicar este período en lo que se llama la mundialización del sistema económico. Es un proceso de respuesta a las crisis del ´70, y por lo tanto ya lleva 50 años. La iniciativa de un Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA) se agotó en 2005 con la negativa de los países del Mercosur y otros países de la región en el debate con EE.UU. También hubo una confluencia con el movimiento popular de la Cumbre de los Pueblos. Sin embargo, lo que tuvo continuidad en estos 50 años fue el proceso de liberalización de la economía mundial.
La tendencia general del período, entonces, es a la ampliación de la liberalización. Sin duda fueron apareciendo restricciones producto de la competencia intercapitalista, por un lado, y de las resistencias populares, por el otro. Por eso se destaca mucho la resistencia que se dio en todo el continente a un gran Tratado de Libre Comercio como fue el ALCA.
Eso se frustró en el 2005, pero no ha impedido que los objetivos del ALCA, que son los de la liberalización y la promoción de los intereses de las multinacionales norteamericanas, avancen por otros medios. Es así que EE.UU. potenció recientemente el acuerdo de libre comercio con Canadá y con México, ahora T-MEC. Por otro lado, en América Latina y el Caribe fueron avanzando los acuerdos con Europa. Con muchos límites, no sólo por la resistencia en nuestra región sino también por resistencia europea.
En ese sentido, la resistencia al ALCA pudo poner de relieve sus previsibles impactos negativos, en tanto el tratado representaba un claro avance de los EE.UU sobre la región. ¿Cree que eso no resulta tan claro cuando se trata de los acuerdos con la Unión Europea?
Tenemos que enmarcar todo esto en el proceso de liberalización mundial. Los Estados nacionales más poderosos, como los EE.UU. o los Estados europeos articulados en la Unión Europea, intentan ganar espacios para los negocios de sus corporaciones trasnacionales. Estas corporaciones superan los límites territoriales de sus Estados de origen, pero claramente son apoyadas y estimuladas por ellos.
Así como EE.UU. empujó la Cumbre de las Américas, desde Europa se impulsaron las Cumbres Iberoamericanas de presidentes (particularmente desde España en las décadas del ‘80 y del ‘90). Esas Cumbres Iberoamericanas eran el intento de España y Portugal de abrir una puerta de entrada en América Latina para las trasnacionales europeas. Si uno estudia el proceso de privatizaciones de las empresas públicas latinoamericanas en los ´90, no fueron las corporaciones trasnacionales estadounidenses las más privilegiadas, sino las de capitales de origen europeo.
Ahí vemos que el fenómeno de la liberalización desarrolló un flujo internacional de capitales, que trascendió las necesidades de la política exterior estadounidense, de la política exterior europea y de la política exterior de cada uno de los países de nuestra región.
La otra novedad silenciosa, es que a finales del SXX y a comienzo del SXXI apareció un nuevo actor económico en la región y en el mundo: China. Con su inserción en la Organización Mundial del Comercio empezó a tallar muy fuerte en los flujos comerciales y de inversión financiera y económica. Por lo tanto ya no solo se trata de EE.UU. y de Europa, sino que China tiene una inserción protagónica creciente, y en definitiva todo suma a ese proceso de liberalización.
Por eso la resistencia tiene un punto central, esencial, desde el origen hasta la actualidad. Trata de confrontar con la liberalización de la economía y de plantear un debate sobre cómo debe ser la inserción de los países dependientes o subdesarrollados en el sistema mundial. Lo que llevó a esa famosa consigna al Foro Social Mundial de 2001, que planteaba “Otro mundo es posible”. Ese otro mundo posible es una forma de pensar una sociedad distinta a la que propone la liberalización que está sustentada en las ganancias y en la acumulación de las trasnacionales.
Hoy en día la resistencia a los TLC tiene una fuerte confluencia con el movimiento ambientalista. Eso se ve claramente entre quienes rechazan el Acuerdo Mercosur UE, que resisten expansión del modelo de agronegocio y la destrucción de la Amazonía. ¿Cómo evalúa la inclusión de un protocolo ambiental en este acuerdo?
Acá aparece el tema de la mitigación, que está en el discurso diplomático de los que empujan la liberalización. Y de alguna manera intenta dar una respuesta a las resistencias múltiples que aparecen en el sistema mundial. Pero no podemos ir por la mitigación, porque se trataría de intentar atenuar el objetivo principal, que es el de la liberalización. Y la liberalización es un fenómeno que ha exacerbado el lugar de América Latina y el Caribe en la división internacional del trabajo.
Digamos que si uno piensa más atrás en la historia, en la acumulación originaria del capital, el propio Carlos Marx señalaba que el descubrimiento, conquista y colonización de América Latina y el Caribe contribuyó al proceso de acumulación originaria del capitalismo europeo. El proceso de industrialización y desarrollo capitalista europeo no se puede concebir sin los metales preciosos y el genocidio provocado en nuestra región.
Por eso decimos que la liberalización de los últimos 50 años exacerbó ese lugar de ALyC en relación a eso que llamamos extractivismo. Esto no es otra cosa que la apropiación de los bienes comunes abundantes en nuestra región, que son necesitados por insuficiencia en los países capitalistas desarrollados. Si uno piensa cuál es el destino del petróleo, el cobre, etc., vemos que es EE.UU, Europa, Japón y China. Los países que aparecen definiendo el rumbo del sistema mundial, para ejercer su dominación, para el desarrollo de sus modelos productivos, necesitan de la apropiación, explotación y el saqueo de esos bienes comunes.
Entonces, el tema no es mitigar el saqueo de los bienes comunes, sino que no hay que permitirlo. No hay que mitigar un genocidio, no hay que mitigar un saqueo. Lo que hay que hacer es impedirlo y, en todo caso, discutir cuál debe ser el orden económico mundial y restaurar una expresión histórica como es la de la cooperación internacional, pero que ponga por delante los objetivos que satisfagan necesidades del conjunto de la población y no solo de unos privilegiados.
Por eso la exigencia es pensar en términos de alteración del orden económico mundial y por eso hay que pensar una integración alternativa, un modelo productivo alternativo, de formas alternativas de organizar la cooperación, que suponen un proceso de producción y circulación de bienes y servicios que ponga por delante la satisfacción de las necesidades y no la ganancia.
Luego de 20 años de negociaciones, los gobiernos de Bolsonaro y Macri cerraron las negociaciones por el Acuerdo Mercosur UE. El cambio de gobierno en Argentina en 2019 suponía un freno a ese proceso, pero ahora retomaría impulso. ¿Cómo se entiende esto? ¿Considera que el aval de la Argentina al acuerdo Mercosur-UE puede funcionar como prenda de negociación para obtener apoyo europeo a la renegociación de su deuda externa?
El tema es muy contradictorio, porque es cierto que la confluencia de los gobiernos de Macri y Bolsonaro permitió reinstalar una lógica de inserción de la Argentina en la política de liberalización de la economía mundial. De hecho, la expectativa del gobierno de Macri era el ingreso de capital externo para la inversión productiva en la Argentina, algo que no ocurrió. Argentina fue incluso sede de la 11ª Conferencia Internacional de la OMC, fue sede del G20. La idea era generar un clima de amigabilidad con el capital internacional. Esto no ocurrió, ni en Argentina ni en Brasil, porque América latina y el Caribe no ha sido un destino privilegiado de las inversiones extranjeras prácticamente en toda la última década. Esto lo dice la CEPAL.
En lo que respecta al acuerdo Mercosur-UE, había sido Cristina Fernández de Kirchner en el momento del Bicentenario de la Argentina quién reactivó las negociaciones. En la actualidad, el gobierno del Frente de Todos tiene una expectativa muy grande en la recuperación de la economía argentina a partir de las inversiones externas, en el desarrollo del gas y petróleo no convencional de la cuenca de Vaca Muerta. Por lo tanto hay una fuerte expectativa por el arribo de esas inversiones externas.
Todavía hay un imaginario que se expresa sobre todo en el debate por el Green New Deal, que se instala desde EE.UU. Se piensa en un nuevo pacto social para otro modelo de desarrollo, como si se pudieran recrear las condiciones del ‘New Deal’ de la década del ’30, que suponía una estructuración del orden capitalista amenazado por el triunfo de la Revolución Rusa. En condiciones de la bipolaridad pudo haber espacio para pensar reformas del orden capitalista. La discusión es que ahora eso es bastante complejo y mi sensación es que Argentina hoy está atrapada en esa lógica, de que es posible generar algunas reformas en el orden capitalista, y claro, está fuertemente condicionada por el tema de la deuda.
Y ese condicionamiento hace que el país busque tender puentes con el nuevo gobierno estadounidense de Joe Biden, porque es el gobierno que define el voto del Fondo Monetario Internacional para favorecer un acuerdo con la Argentina. Pero también necesita de los países europeos, y por lo tanto Argentina sale a buscar el acuerdo de Europa y de EE.UU. y eso los pone en una situación compleja para definir este otro marco de negociaciones que son los Tratados Bilaterales, no solo Mercosur – Unión Europea. Esto incluye los vínculos de cooperación de Argentina con EE.UU, que trasciende lo económico.
De avanzar el Acuerdo Mercosur-UE podría tener consecuencias difíciles de revertir. ¿Cómo analiza las discusiones y la resistencia en torno al él?
No hay dudas de que hay que enfrentarlo. Hay que hacer todos los esfuerzos posibles para que no se termine de consolidar. Acá se expresa lo que pasa en el interior del Mercosur, donde países con gobiernos claramente liberalizadores como el de Uruguay, el de Brasil y el de Paraguay plantean una aceleración de la liberalización. Incluso buscan negociaciones bilaterales autónomas, rompiendo los acuerdos y tradición de lo que es el Mercosur.
Pero hay que ser consciente de una tendencia que siempre analizo como profesor de economía política. La economía es mundial y las políticas económicas son nacionales. Y hay una tendencia en este medio siglo de liberalización exacerbada de la economía de generar condiciones de política económica supranacional. Ese es el papel que tiene la Organización Mundial de Comercio, por eso se intentaron proyectos como el ALCA. Hay una intencionalidad de las corporaciones transnacionales de que la economía mundial pueda establecer políticas que restrinjan la autonomía y la capacidad de los países.
Por eso creo que no sólo hay que obstaculizar el Acuerdo Mercosur-UE sino que hay que luchar contra ese intento de mundializar la política económica. Hay que generar condiciones para otro tipo de relaciones internacionales, de cooperación económica mundial, a favor de los pueblos. Hay que instalar un proceso que nos conduzca a la soberanía alimentaria, en vez del modelo de agronegocio. Debemos instalar una lógica de soberanía energética, para otro modelo productivo y de industrialización que no tenga que ver con el interés de las transnacionales. Necesitamos un cambio de matriz energética, de una matriz sucia hidrocarburífera a una matriz limpia. Necesitamos alcanzar la soberanía financiera, con una nueva arquitectura financiera que discuta el modelo de Bretton Woods.
Es decir, hay que ir más allá de un “no” a los TLC.
Claro, porque los pueblos de América Latina y el Caribe, de África, de Asia, de Europa y del propio EE.UU. tenemos mucho para lo cual decir “sí”. Cuando el movimiento “Occupy Wall Street” lanzó la consigna “Somos el 99 por ciento contra el 1%” estaba mostrando desde donde construir un programa de los “sí”. Ya no solo se trata de rechazar la globalización neoliberal capitalista sino que tenemos un conjunto de propuestas. Tenemos iniciativas que se sustentan en estas categorías de las soberanías ampliadas.
No se trata de soberanías nacionales sino de soberanías populares, de soberanía alimentaria, energética y financiera para otro mundo posible, para otra sociedad. Es decir, para un orden económico social desmercantilizado, que tenga mucho más que ver con la organización comunitaria, que cambie los valores políticos por una radicalización de la democratización, del funcionamiento asambleario, de la participación. El otro mundo posible está lleno de experiencias que yo llamo experiencias por el “sí”. Ya no luchamos en contra del ALCA, o del Acuerdo Mercosur-UE, sino que luchamos por una integración alternativa de los pueblos.