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Crisis mundial de alimentos

Crisis mundial de alimentos

Por Andrés Espinosa Fenwarth

La crisis mundial de alimentos se perfila como una amenaza potencial para la estabilidad política y económica mundial, superior incluso a la crisis en los mercados financieros. En los últimos meses, la continua alza de los precios de los alimentos ha provocado disturbios de considerable magnitud en Burkina Faso, Egipto, Etiopía, Camerún, Costa de Marfil, Filipinas, Indonesia, Madagascar, Pakistán, Senegal, Tailandia y en nuestra región en México, Nicaragua y República Dominicana. En Haití, los violentos motines generados por la crisis alimentaria le han costado la vida a cinco personas y el cargo al premier Jacques Edouard Alexis, quien fue depuesto por el Parlamento haitiano.

A primera vista pareciera que el fantasma del economista británico del siglo antepasado, Thomas Malthus, estuviera rondando la economía global con su “Ensayo sobre la Población”, en el que planteaba que la población crecía en progresión geométrica y la comida lo hacía en forma aritmética. La experiencia demuestra que este desfase entre población y comida no existe; la realidad es que el alza en los precios de los alimentos y la actual crisis alimentaria responde a circunstancias más complejas de carácter estructural. Según la FAO, los fondos de inversión que operan en la economía global y la imparable debilidad del dólar “son los principales responsables por los altos precios de los alimentos a nivel mundial”. La FAO añade que “la falta de confianza en el dólar mueve a los inversionistas institucionales y a los especuladores a buscar mejores rendimientos en los mercados de productos básicos, primero metales y luego alimentos”.

También juegan papel de importancia el cambio climático -que genera sequías e inundaciones sin precedentes-; el crecimiento económico de China e India; el desarrollo económico de otros países de bajos ingresos que han cambiado sus patrones de consumo hacia alimentos con mayor valor nutricional como carnes, cereales y lácteos, el alza en las cotizaciones del petróleo que encarece el transporte de alimentos y los agroquímicos, así como los biocombustibles derivados del insumos de baja eficiencia energética como el maíz. La suma de estos factores a escala mundial se ha traducido en una inflación de alimentos sin antecedentes del 45 por ciento en los últimos nueve meses, y en el nivel más bajo de reservas de cereales de los últimos treinta años, 405 millones de toneladas.

Con este telón de fondo, el Banco Mundial lanzó el en abril en Washington su propuesta de “New Deal for Global Food Policy” -Nuevo Acuerdo para una Política Mundial de Alimentos-. Este “New Deal” incluye, a diferencia de la ayuda alimentaria tradicional, medidas de emergencia para apoyar a los países más pobres con un amplio concepto de comida y asistencia nutricional; comprende al mismo tiempo incentivos para la producción y mercadeo de comida como parte del desarrollo sostenible y promueve en la OMC la concesión de oportunidades de acceso y comercio justo para los productos agropecuarios de exportación de los países en desarrollo.

Respuesta a la crisis alimentaria

La crisis de alimentos nos ha permitido a todos volver los ojos a los temas agrícolas, marginados a nivel mundial por un ciclo de 30 años de comida barata que ha finalizado de manera silenciosa e inesperada.
De golpe y porrazo nos despertamos todos con una economía globalizada en la que el alza continuada de los precios de los alimentos no es un fenómeno transitorio, sino una manifestación o revolcón estructural agropecuario de mediano, e incluso de largo aliento.
Las organizaciones que tienen peso específico a nivel mundial en la tarea de monitorear y proyectar el comportamiento de los productos agrícolas básicos (FAO, Ocde y Usda), coinciden en que los precios de estos productos se mantendrán elevados durante el resto del 2008 y el 2009, con un descenso inicial en el 2010, cuando la oferta agrícola responda a las nuevas condiciones de la demanda y se anticipe a los fenómenos especulativos que alteran el equilibrio de la cadena alimentaria.

En cualquier escenario, los precios proyectados agrícolas se situarán muy por encima de los niveles registrados en el 2004, hasta por lo menos al 2015. Estas proyecciones pueden, según el Banco Mundial, ajustarse hacia arriba en la medida que se amplíen las medidas para alcanzar la seguridad energética y se implementen medidas más estrictas en el campo ambiental para reducir las emisiones de dióxido de carbono.
Las perspectivas de los precios de los alimentos son claras, no así sus efectos. El alza en los precios de los alimentos no se traslada inmediatamente a la inflación doméstica, pues sus efectos se amortiguan por la continua debilidad del dólar, la estructura del mercado doméstico y las políticas de estabilización de precios, de abastecimiento y de fomento de la oferta agrícola aplicadas en el ámbito nacional, tal como ocurre hoy día en Colombia. De igual manera, el impacto entre naciones es también diferenciado: los países en desarrollo importadores netos de alimentos ven menguados sus ingresos, lo que eleva sus niveles de pobreza o incluso de miseria rural y urbana, mientras que los exportadores netos se benefician de esta bonanza agrícola.

La pregunta del millón es: ¿cómo enfrentar esta crisis alimentaria? En el corto plazo, la mejor opción para enfrentar la inseguridad alimentaria en los países en desarrollo de alto riesgo es por medio de transferencias de efectivo y fortalecimiento de los programas de protección social y nutricional a favor de los grupos vulnerables.

Dado el carácter externo de la inflación de alimentos, la política monetaria no es la más aconsejable para los países en desarrollo.

Por el contrario, esta es la oportunidad para convertir a la agricultura en una prioridad nacional que se traduzca en mayores niveles de inversión y producción agropecuaria, con crédito blando e instrumentos de manejo de riesgo, como se hace actualmente en Colombia.

A los países desarrollados, corresponsables del estado de postración de la agricultura mundial, les incumbe desmantelar los subsidios y elevados niveles de protección agropecuaria.

Colombia y la crisis alimentaria global

La crisis global de alimentos que amenaza el crecimiento económico y la estabilidad política mundial -denominada el ’tsunami silencioso’ por la revista The Economist-, ha puesto en alerta máxima a las autoridades nacionales de todo el planeta. Cada país responde a este ahogo acorde con su realidad en la cadena alimentaria. Según la FAO, 37 países requieren asistencia externa ante la severa inseguridad alimentaria actual, 6 de ellos de América Latina, entre ellos Nicaragua, República Dominicana y Haití.

Otro grupo vulnerable a esta crisis está compuesto por aquellas naciones que son importadoras netas de alimentos, y que por ello, pueden experimentar los devastadores efectos de una inadecuada provisión de comida. Según la OMC, el grupo de países importadores netos cobija, además de los países de menor desarrollo, a otros 19 países, 6 de Latinoamérica: Cuba, Honduras, Jamaica, Perú, Trinidad y Tobago y Venezuela.

Colombia no hace parte de ninguno de estos grupos de países de riesgo por desabastecimiento de comida. Es más, el país está blindado ante la silenciosa embestida de la crisis alimentaria de nuestro tiempo, resultante primordialmente del aumento en los precios internacionales de los últimos 16 meses: 135 por ciento del arroz, 116 por ciento del trigo, 93 por ciento de la soya y 41 por ciento del maíz.

El blindaje alimentario nacional se deriva de un nivel de autosuficiencia del 90 por ciento. El consumo nacional de productos agropecuarios es de 33.1 millones de toneladas. El país se abastece con 25 millones de toneladas producidas localmente y 8.1 millones de toneladas que se importan. De las importaciones totales, sobresalen 4.8 millones de toneladas que no son alimentos, pues corresponden a cebada cervecera, además de maíz amarillo y preparaciones empleadas en el sustento animal por la industria de pollo y cerdo. Estos subsectores crecieron el 8.8 y el 18 por ciento en el 2007, respectivamente, cuya demanda por alimento animal explica el dinamismo de las importaciones agrícolas.

La balanza comercial de productos agropecuarios, primer nivel de alerta de una crisis alimentaria, confirma nuestro blindaje frente al ’tsunami silencioso’. Entre el 2002 y el 2007, el superávit de la balanza comercial del agro (exportaciones menos importaciones) creció el 112 por ciento, pues pasó de 1,219 millones de dólares a 2,590 millones de dólares en el período. Si bien las importaciones agrícolas crecieron el 33 por ciento en volumen (es decir en toneladas), contra el 7.5 por ciento de las exportaciones, no es menos cierto que el crecimiento de las importaciones y de las exportaciones en valor (es decir en dólares), estuvo equilibrado, pues fue superior en ambos casos al 100 por ciento en estos cinco años.

Este blindaje es una oportunidad para países como Colombia, que debe complementarse con programas para expandir la frontera agrícola “a borbotones” como pide el Presidente Alvaro Uribe, reducir los precios de los agroquímicos y combatir los aislados brotes de especulación interna y la revaluación, tal como lo hace y propone actualmente el Ministerio de Agricultura.

Fuente: Portafolio


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