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Tratado sobre un Tratado

Por Andrés Espinosa Fenwarth

Desde fuera, las negociaciones de los acuerdos comerciales parecen indescifrables. En su interior, se observa cómo cohabitan espléndidamente el presente y el futuro del comercio mundial de bienes agropecuarios, industriales y de servicios, la inversión extranjera, las compras públicas, las políticas de competencia y de defensa comercial, los derechos laborales, ambientales y de propiedad intelectual. Su concertación con las fuerzas motrices del país y la sociedad civil nos ha permitido movernos de la fallida integración andina y de los acuerdos preferenciales de bajo impacto comercial, a la promoción de la transformación productiva y la inserción internacional gradual y selectiva, en serena contraposición con la miope apertura unilateral de nuestro mercado interno.

La historia de los acuerdos comerciales de Colombia se divide en tres épocas diferentes: la primera abarca la unión aduanera andina creada por el Acuerdo de Cartagena en 1969 y la integración subregional latinoamericana de primera generación concebida por el Tratado de Montevideo de 1980. En sus comienzos, estos esquemas de integración regional pretendían implementar las políticas comerciales en boga de sustitución de importaciones, industrialización forzada y excesivo control a los movimientos de capitales. Colombia enarboló inicialmente la bandera de la integración andina y regional, abandonada luego por el desinterés de sus miembros y el entierro de tercera del eje de la unión aduanera andina, el Arancel Externo Común, y por la limitada cobertura de las negociaciones adelantadas con los países latinoamericanos miembros de Aladi.

La segunda fase comienza con el despertar del interés nacional en el multilateralismo comercial de los años ochenta, representado inicialmente por el ingreso de Colombia al Acuerdo del GATT en 1981 y después por nuestra activa participación en las negociaciones de la Ronda Uruguay que le dieron vida jurídica a la OMC en 1994, entidad multilateral que desde entonces rige los destinos del comercio global, sirve de foro negociador y facilita la solución de disputas internacionales. El esfuerzo negociador multilateral, y por tanto, los objetivos de reforma institucional del comercio mundial, se frenarían en la siguiente década con la parálisis de las negociaciones de la Ronda Doha, lanzada oficialmente a finales del 2001.

El fracaso del Acuerdo de Libre Comercio de las Américas de finales de la pasada década merece especial atención como un esfuerzo colectivo de 34 países que no fructificó por los desacuerdos con Mercosur y la ausencia de autoridad negociadora de Estados Unidos, que a la postre enterró el sueño de integración comercial más ambicioso de la historia moderna. Como consecuencia del decaimiento observado en el ámbito multilateral y regional, se revivió en todo el mundo el interés negociador en los TLC como instrumentos idóneos para enfrentar la globalización de los mercados. Colombia entró de lleno a esta nueva era hace una década.

Así pues, el último periodo comprende la negociación de los TLC de segunda generación emprendida a comienzos del presente siglo hasta nuestros días, que incluye la finalización del Acuerdo de Complementación Comercial entre la Comunidad Andina y Mercosur y los TLC de Colombia con Estados Unidos, Canadá, Chile, México, Venezuela, Triángulo Norte de Centroamérica, la Unión Europea y los países miembros de EFTA. La agenda comercial de Colombia avanza firme hacia otras latitudes con las negociaciones del TLC con Corea del Sur, Turquía e Israel.

En la medida en que se perfeccionen estos TLC, su progresiva entrada en vigor los transformará en instrumentos legales vinculantes. Y su correcta implementación es fundamental, pues estos acuerdos pueden cambiar los cimientos de nuestra economía y los modelos de negocios en Colombia. En consecuencia, es preciso entender cabalmente sus implicaciones para aprovechar sus bondades y aplicar, si es el caso, los mecanismos de legítima defensa que permitan enfrentar los nuevos vientos de competencia que ellos generan.

Fuente: Revista Semana


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