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Balance de las negociaciones del TLC con Estados Unidos

Balance de las negociaciones del TLC con Estados Unidos

Ponencia de Enrique Daza, en la instalación de la Audiencia organizada por los senadores Jorge Enrique Robledo y Hugo Serrano, el 14 de febrero de 2006

Cuando el 18 de mayo de 2004, se iniciaron las negociaciones del TLC con Estados Unidos, se nos dijo que el gobierno colombiano defendería los intereses nacionales, preservaría la unidad de la Comunidad Andina y de Latinoamérica y lograría un tratado diferente al realizado por otros países como los Centroamericanos, México y Chile. Además se afirmó que se había elaborado una audaz estrategia negociadora que identificaba claramente las líneas rojas que no se traspasarían.

Para todos es sabido que las negociaciones se iniciaron sin suficientes estudios. Los que se habían contratado con varias universidades para las negociaciones del ALCA, fueron rápidamente desechados por que muchas de sus conclusiones no concordaban con las posiciones gubernamentales. Los pocos modelos econométricos realizados por entidades oficiales señalaban con claridad, algo que, él ultima estudio del Banco de la República reiteró en su último estudio: que las importaciones aumentarían mas que las exportaciones y que con el TLC los ingresos del Estado disminuirían en una suma de entre 500 y 900 millones de dólares, cifra de por sí muy superior a lo que se ahorran los exportadores con las preferencias comerciales andinas, ATPDEA.

Los que habíamos estudiado los antecedentes de otros tratados, al conocer el proyecto que Estados Unidos presentó, señalamos que el gobierno conducía al país a una trampa. Que Estados Unidos no haría concesiones especiales, que esa potencia lo que quería era vender sus excedentes y no comprar nuestras frutas tropicales, que la diferencia de tamaño de las economías nos colocaba en una situación desventajosa. Que los que determinarían que se negociaba, sobre que texto y a que ritmo eran ellos. Que se iban a negociar no solamente asuntos comerciales sino toda la estructura económica del país y que estábamos ante la inminencia de ser anexados a la economía de la superpotencia. En fin, que Estados Unidos quería todas las ventajas y que cada una de las pequeñas dádivas que dieran nos costaría sangre.

Se nos llamó pesimistas y en diferentes escenarios de debate se nos respondía: ustedes creen que el TLC saldrá mal, nosotros que saldrán bien. Le dijeron al país: confíen en nosotros pues no cederemos y al final tendremos un buen tratado pues tenemos un buen equipo y claros los objetivos.

Hoy, 20 meses después se ha demostrado que el gobierno terminó aceptando todas las exigencias norteamericanas y está llevando el país a un despeñadero. La negociación, resultó una gran estafa para la opinión pública. Después de tantos aspavientos, lo que se va a firmar es una copia de los tratados ya firmados por Estados Unidos y el mismo ministro Botero lo reconoce hoy al decir que es muy difícil que Estados Unidos se salga del formato de otros tratados.

Era muy fácil prever que los Tratados firmados por Estados Unidos con otros países eran el piso mínimo que ellos aceptarían, pues a pesar de que nuestros gobernantes crean que somos el ombligo del mundo, para esa potencia nosotros somos solamente un país más al cual hay que imponerle las reglas neoliberales.

Mucho hablaron los negociadores de que no nos servía un acuerdo tipo Cafta o Nafta o Chile y en las últimas semanas les ha tocado aceptar que el TLC firmado por Perú y que es idéntico o peor que los anteriores, es el texto que finalmente aceptará el gobierno con el agravante de que Estados Unidos ni siquiera le está aceptando que haga notas de pie de página o cartas adjuntas.

Hubieran ahorrado mucho si desde el comienzo reconocen que esos tratados eran la base de la negociación y que no se podían salir del formato. Eso lo dijimos desde el primer día.

La “hábil estrategia negociadora” se hizo añicos. Estados Unidos hizo toda clase de desplantes e incumplimientos y a pesar de ello, los negociadores colombianos siempre veían en ellos una excelente actitud de los norteamericanos. Los temas más polémicos se dejaron para cuando Estados Unidos quiso.

El ministro Botero se desgañitó afirmando que las preferencias comerciales andinas eran el piso de la negociación y hoy, que comienza la última ronda de negociaciones, ni siquiera los floricultores y textileros que son considerados ganadores, tienen sus negocios asegurados. Temas ya acordados en las mesas eran replanteados. Cuando el gobierno llegaba con concesiones los negociadores de Estados Unidos hacían nuevas exigencias. Las festividades judías, las vacaciones, el clima, fueron motivos para aplazar temas y citas. El gobierno colombiano, en cambio, siempre estuvo allí, con las rodillas peladas de tanto hacer genuflexiones y considerando hasta los desaires como un gesto de amor.

Lo de las líneas rojas y la defensa del interés nacional fue otra parodia. El gobierno aceptó que no se pararía nunca de la mesa de negociaciones por desmesuradas que fueran las pretensiones gringas. Esta ya era de antemano una actitud perdedora. Por ejemplo se sabía que Chile había renunciado a las franjas de precios como mecanismo de protección y se nos dijo que no se renunciaría a ellas.... a menos que se consiguieran mecanismos de protección, semejantes o equivalentes. Desaparecieron las franjas, no hay mecanismos de protección ni siquiera parecidos. Se ha desterrado la posibilidad de salvaguardias permanentes que tengan algún efecto paliativo y el gobierno colombiano sigue tan campante. Al comienzo eran innumerables los productos sensibles. Hoy quedan solo dos, arroz y pollos. Y no le han explicado a los colombianos cuando y a cambio de que se sacrificaran los demás productos?

Aunque se ha presentado la negociación como puramente comercial, en realidad, los temas no propiamente comerciales y que fueron aceptados por el gobierno sin mayores objeciones, son el alma del tratado. No debemos olvidar que con base en él tendremos que modificar sustancialmente muchas características de nuestro sistema económico mientras que en Estados Unidos la legislación de cualquier condado prevalece sobre las estipulaciones del tratado.

Lo que sucede es que el gobierno ha tenido unas líneas rojas móviles que se han ido abandonando al ritmo de las exigencias norteamericanas. La estrategia gubernamental ha sido firmar cualquier tratado y poner la firma donde le diga Estados Unidos, el proceso de negociación no ha sido más que el acercamiento al texto norteamericano y la negociación ha consistido simplemente en un esfuerzo infructuoso por hacer digerible a la opinión pública y a los productores nacionales este esperpento. La famosa negociación mas que la defensa del interés nacional frente a los intereses estadounidenses, ha sido el intento de convencer a los empresarios y dirigentes de diversos sectores del país, de que se deben aceptar las exigencias norteamericanas.

Se nos dijo que por el papel que cumple Colombia en la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico, Estados Unidos tendría especiales miramientos. Desde el primer día Estados Unidos fue claro: negocios son negocios, y, lo que fue considerado en su momento “la artillería pesada”, el argumento supremo. Se volvió en contra del mismo gobierno: rehén de la “ayuda” norteamericana tan necesaria para los programas de seguridad democrática, el gobierno no tiene mas alternativa que marchar al ritmo que impongan los norteamericanos. La dependencia del gobierno de la iniciativa regional andina y el Plan Colombia, se ha convertido en un instrumento de chantaje que lo obliga a firmar lo que quiera Estados Unidos y cuando lo quiera. Ni siquiera los afanes reeleccionistas de Uribe permiten aplazar la firma a menos que los amos consientan en ello. El tratado se firmará cuando y donde los norteamericanos dictaminen y su aprobación en el parlamento depende de que se le permita al primer mandatario, hacer una mayoría en el Congreso que está determinada por que una constelación de uribistas gane las elecciones al Congreso, no importa de donde provengan.

A pesar de lo prometido, la Comunidad Andina de Naciones, quedará, con el TLC herida de muerte. Fue proverbial al comienzo del gobierno el desdén por ella. Durante las negociaciones del ALCA Colombia fue protagonista de varios incidentes que llevaban a su debilitamiento, pero el último incidente, y tal vez él más diciente fue la posición del gobierno de tratar de modificar la legislación andina para hacerla compatible con el TLC a raíz del fallo del Tribunal andino de justicia que consideraba incompatible, lo definido por Colombia en materia de propiedad intelectual, en el decreto 2085, con la normatividad andina.

En estos momentos el gobierno colombiano está intrigando para que se modifique la legislación andina y así convertir la Comunidad en un apéndice subsidiario del TLC. Con ello estamos perdiendo nuestro principal socio comercial para productos manufacturados: Venezuela. Y estamos sacrificando, en el altar del libre comercio con Estados Unidos toda perspectiva de integración regional.

Como si no fuera poco. El gobierno colombiano se le ha adelantado a los deseos norteamericanos. La legislación sobre inversión, parques naturales, petróleo, agua, bosques etc., son concesiones unilaterales y anticipadas a las exigencias del imperio. Uribe se obstina en asegurar a los Estados Unidos privilegios y garantías que estén acordes con lo que se definirá en el TLC. Son concesiones hechas por fuera de las mesas de negociación, señales de “buena voluntad”. Entregas gratuitas y unilaterales para, con la lógica gubernamental “ablandar el corazón de los Estados Unidos”.

Muchos colombianos de buena voluntad, indiscutiblemente patriotas, creyeron en la buena fe del gobierno y quisieron asesorarlo, aconsejarlo y evitar perjuicios para el país. Basados en su propia experiencia hoy concluyen que se está entregando todo e incluso varios han renunciado a cohonestarlo. El gobierno quiso cooptar al movimiento sindical e invitarlo como convidado de piedra a avalar el tratado. Afortunadamente nadie en el movimiento popular y social ha caído en la trampa y por el contrario, centenares de organizaciones no solamente lo han rechazado sino que han hecho inmensas movilizaciones en su contra. La Iglesia católica ha alertado contra los peligros que se ciernen, los intelectuales y artistas quieren que la cultura no se desnacionalice, los verdaderos representantes de los sectores productivos no aprueban la firma. Solamente un puñado de transnacionales, intermediarios financieros, grandes exportadores e importadores, fletados por el gobierno, lo apoyan.

En plena campaña electoral, no nos queda duda de que el debate es político. Se refiere al rumbo que debe seguir el país. Si atarse con exclusividad a los designios norteamericanos o si debe diversificar sus relaciones internacionales, ampliar su mercado interno, elevar el nivel de vida de la población, promover la industrialización, resguardar la capacidad del Estado de fomentar el desarrollo y unirse con los países hermanos. Los candidatos a la presidencia y al Congreso deben pronunciarse con claridad.

Esta es la hora de las definiciones, los ciudadanos deben exigir a los candidatos una posición clara y no votar por aquellos que respalden el TLC.

Si no lo impedimos, el TLC será firmado ahora o más adelante. Perderemos la soberanía, la cual, en las palabras del maestro Carlos Gaviria es a los países como la dignidad a las personas.


 Fuente: RECALCA