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El monopilio imperial de los cereales en las colonias andinas

Estados Unidos emplazó a Ecuador por una cuota de 400.000 toneladas de maíz amarillo sin arancel y un alza anual progresiva del 5% al 10% de la misma. Esto es el total de lo que Ecuador importa, que oscila entre 300.000 y 430.000 toneladas anuales, para una demanda nacional estimada en 700.000. Estados Unidos aspira, gracias al TLC, a proveer el 100% de esas importaciones, desplazando a Argentina y Brasil que ahora venden el 30% de lo importado por los ecuatorianos. A Perú le requirió concesiones similares en productos que se consideran “sensibles” como el arroz, en ellos exige la merma gradual de la aplicación de la franja de precios, en períodos cortos y con cuotas de importación transitorias; es decir, aspira en breve plazo al pleno libre comercio.

En cuanto a Colombia, la voracidad fue mayor. No solamente solicitó el ingreso inmediato, sin restricciones de cantidades ni de impuestos, para su trigo y su cebada, sino que reclamó una cuota de 2’300.000 toneladas de maíz amarillo, sin arancel, con lo cual se supera en 500.000 las que Colombia le importó en 2004 con aranceles de más del 20%. Con respecto al arroz con cáscara (o paddy), los gringos aspiran a mucho más de lo que Colombia ya les ofreció a partir del primer año de vigencia del TLC: iniciar con una cuota de 47.000 toneladas sin arancel (con arancel cero), la ampliación anual de ese volumen en 1,5% y la eliminación del arancel inicial, fijado en un 80%, en el transcurso de 20 años. No obstante, es bueno notar que aún así la cuota que entra sin impuesto puede llegar al mercado a precios inferiores en un 40% a lo que cuesta el arroz colombiano. Y no sólo con el arroz, así acontece con todos los demás productos subsidiados, como el algodón, la soya y el sorgo, con lo cual Colombia, en la práctica, permite con sus ofrecimientos la legalización del sistema comercial estadounidense de vender a precios por debajo del costo: el detestable e ilegítimo “dumping”.

Sin embargo, tan inadmisible, y casi cómplice, como la ambición imperial es la conducta de los representantes del gobierno colombiano al afrontarla. Días previos a las negociaciones se suspendieron las subastas para compras externas de maíz que debían realizarse con un impuesto del 45% para que los gringos no vieran esto como mala señal negociadora aunque los productores nacionales se “quedaran viendo un chispero”. Y, luego, cuando al fin las atrevidas propuestas norteamericanas estuvieron en la mesa, salieron a apaciguar la opinión diciendo que el deseo de Estados Unidos era sólo tomar control de las importaciones colombianas de trigo y cebada porque una porción de ellas viene de Canadá o de Europa, sin reparar en que lo peor de todo es la privación al país de la posibilidad de producir sus cereales. Es más, ante tan desmedidas apetencias, el jefe negociador, Hernando Gómez, únicamente acotó que todo se compensaría con el “acceso” a 30.000 toneladas de tabaco en Estados Unidos, marcando que en el país hay 25.000 hectáreas sembradas, pero soslayando que en trigo resta una cantidad similar.

La osadía gringa no para allí. Para los productos procesados, en los que los cereales sean materias primas, como las pastas, también instan por plazos breves para introducirlos sin aranceles, atacando dos flancos a la vez: los insumos y los bienes finales. Y, mientras el ministro Arias perora que, de todos modos, Colombia impondrá las mal llamadas “salvaguardias”, informes recientes de la OMC indican que México acaba de perder ante esa instancia la aplicación que de este mecanismo hizo al arroz de Estados Unidos, lo cual ratifica la extrema dificultad para la efectividad de tales instrumentos.

Actualmente, más del 50% de las proteínas y las calorías de origen vegetal que los colombianos ingieren al día son importadas, la dependencia total se quiere imponer mediante el monopolio imperial en los cereales merced al TLC. Así Colombia, Ecuador y Perú serán colonias a las cuales la metrópoli alimentará cuando se le venga en gana.


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