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El TLC EUA-Chile: un modelo a evitar

EL TLC EUA-CHILE: un modelo a evitar

Lunes 28 de marzo de 2005

Claudio Lara Cortés*

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Introducción

Chile ha alcanzado nuevamente notoriedad internacional con la firma del Tratado de Libre
Comercio (TLC) con Estados Unidos. Este acuerdo entró en vigencia el 1 de enero de 2004
y fue el número 28 de Chile con otros países. Lograr este histórico tratado -como fuera
calificado por las autoridades de gobierno y dirigentes empresariales- no fue fácil, pues
dependía absolutamente de la voluntad norteamericana. Antes de su firma, hubo que
esperar varios años para que el gobierno de ese país tomara la decisión de negociar y
luego otros tantos para que su Congreso aprobara el fast track o el Trade Promotion
Authority (TPA).

Para Estados Unidos, el tratado con Chile es parte de su política comercial (denominada
“liberalización competitiva”) que está especialmente diseñada para apoyar tanto la
expansión global de sus empresas transnacionales e instituciones financieras como su
disputa por el liderazgo en el ámbito regional y multilateral. También son parte importante
de esta política los acuerdos bilaterales que la potencia mundial está actualmente
cerrando, negociando o estudiando con diversas naciones, muchas de las cuales son de
América Latina. De allí que el TLC entre Estados Unidos y Chile aparezca reiteradamente
como el “modelo a seguir”.

Aún cuando EE.UU. esté más preocupado por la utilidad externa de este tipo de tratados,
Chile aparece primordialmente interesado en aumentar su acceso a los mercados de ese
país. Ello le brindaría la oportunidad de dinamizar su sector exportador y así salir
definitivamente de su largo ciclo de estancamiento económico, acallando de paso las
críticas de la oposición derechista. Esta sería una de las principales razones de la prisa del
gobierno chileno por firmar el TLC lo antes posible y a como diera lugar.

Con el excesivo énfasis puesto en el aumento de las exportaciones y en la mayor apertura
de los mercados, da la impresión que este tratado fuese concebido por dicho gobierno como un simple acuerdo “comercial”, ignorando el hecho que en tiempos de globalización
los TLC adquieren nuevos significados. En efecto, los actuales TLC dejan de tener un
carácter unidimensional (sólo comercio de bienes), para adquirir ahora un doble carácter
comercial (comprende a bienes y servicios) y multidimensional (junto a los flujos
comerciales, abarca los de inversión y los financieros, así como otros temas específicos
que promueven y protegen la expansión del capital: protección de la propiedad intelectual,
inversiones, compras de gobierno, etc.). De este modo, los nuevos acuerdos no sólo
afectarán las políticas comerciales de “frontera” relacionadas a las exportaciones e
importaciones, sino que sobre todo a las políticas y leyes chilenas (regulaciones) relativas
a temas que son esenciales para el conjunto de la economía como también para la vida
cotidiana de los trabajadores y las personas. En última instancia, estos acuerdos buscan la
mercantilización total de nuestra economía y de nuestra sociedad, como si ello fuera
posible.

Más allá de lo anterior, no se puede soslayar otro hecho importante: este nuevo TLC
coloca frente a frente a una superpotencia económica como Estados Unidos y un país
pequeño como Chile. Ambos presentan inmensas asimetrías y desigualdades, ya sea en el
plano económico, político y militar como en su correspondiente peso y presencia en el
mundo. Lógicamente, y como quedó demostrado en este caso, el país más poderoso
tendrá mayor peso para decidir no sólo el tiempo de inicio y de duración de las
negociaciones, sino que además la agenda de temas que serán abordados y los límites de
la negociación. Por cierto, las implicancias del tratado también serán muy dispares para
ambos países.

No obstante lo anterior, el acuerdo con EE.UU. ha provocado en Chile arranques de
promesas increíbles. Entre las más repetidas se encuentran el aumento constante del
Producto Interno Bruto (PIB) y del empleo (basados en el incremento de las
exportaciones) junto a la baja de los precios de bienes y servicios que favorecerían a los
consumidores. Sin embargo, tales promesas no tienen sustento teórico (dado su alto nivel
de abstracción y reduccionismo comercial) ni menos histórico. El mismo desarrollo de
Estados Unidos ha sido un caso típico de proteccionismo y de pequeña participación del
comercio exterior en su producción interna.

En el presente trabajo pretendemos examinar los alcances del TLC suscrito entre Estados
Unidos y Chile. Comenzaremos presentando algunos antecedentes económicos -
incluyendo las asimetrías existentes entre ambos países- que pueden ayudar a
comprender mejor los objetivos oficiales y no oficiales del tratado y las estrategias
seguidas por los respectivos gobiernos. Posteriormente, discutiremos los contenidos y
eventuales implicancias del acuerdo para los flujos comerciales de ambas economías.
Entendiendo que este es sólo un aspecto del tratado, luego haremos lo mismo con
respecto a los flujos financieros y de inversión extranjera. Finalizaremos con una
evaluación preliminar sobre la marcha del acuerdo en los primeros diez meses de 2004.

* Economista chileno, director de la revista Economía Crítica y Desarrollo. Profesor universitario e
investigador de la Universidad ARCIS. Miembro de la Red de Economía Mundial (REDEM) e
investigador del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).


 Fuente: Alianza Social Continental