Colombia: la ecuación agrícola en el Tratado de Libre Comercio

Aurelio Suárez Montoya

Estas dos teorías complementarias son la de Ventaja Comparativa y la de Equilibrio del Comercio Internacional. En la primera se tiene como hipótesis que, si cada uno de los países ’socios’ se especializa en aquellos productos en los cuales tiene menores costos, se producirá entre ellos un intercambio con beneficio recíproco para ambos y, en la segunda, se asume que a la cantidad de productos importados o comprados al ’socio’, acorde con la norma anterior, le corresponderá una cantidad igual de productos vendidos o exportados al otro. Así se configura el mundo feliz del comercio exterior, la ecuación de la prosperidad compartida.

Algunos adictos a estas teorías han puesto el grito en el cielo porque, luego de diez rondas de negociaciones agropecuarias del TLC, ’Colombia ha concedido ventajas a Estados Unidos por 200 millones de dólares y el país sólo las ha recibido por 800.000’ (menos de un millón). Después de más de un año se percataron que la ecuación está totalmente descuadrada; aquellos que pensaban que ’la porción que se iba a ceder en el mercado interno sería igual a la que se iba a conquistar en el externo’, los que hicieron las cuentas de ’La lechera’ con el TLC, se asombran ahora cuando la realidad contradice las teorías. Lo peor es que la táctica oficial, ante el descuadre, ha consistido en ahondar más la diferencia en la ecuación y, en absurdo cambalache, le sigue haciendo formal e informalmente ofertas a Estados Unidos en busca de dádivas para los productos colombianos en el mercado norteamericano. Una lógica incomprensible que desequilibra la ecuación con el propósito de igualarla; ¡Un laberinto sin salida, Un galimatías!

En el desespero por la inexistente reciprocidad y con manidos argumentos, como el del ’pan y la cerveza baratos’ se sacrificó a la cebada, al trigo y a algunos aceites refinados de soya, ramas que Estados Unidos ya se echó al bolsillo. Se ha consagrado a la ruina a veinte mil hogares campesinos, que crean más de medio millón de jornales al año, a fin de franquear el acceso al etanol, las frutas tropicales y el tabaco, sectores que se han decretado como ’ganadores’ en el acuerdo. Los románticos del libre comercio piensan que, con pizcas de presión y algún escándalo, lograrán al final la ansiada igualdad. La cual en el evento de cristalizarse en términos cuantitativos, no podrá tener el final feliz de telenovela, cuando Colombia entrega el mercado interno de los cereales de clima frío, que se cultivan en Boyacá, Cundinamarca y Nariño, así como el arroz de Tolima, Meta, Huila y Casanare y el algodón, la soya, el sorgo y el maíz de Córdoba, Valle, Tolima y Antioquia a cambio de la pitaya, el borojó y el chontaduro así como del tabaco (con menos hectáreas sembradas que el trigo) y una utópica exportación de hortalizas cuya instalación productiva ni siquiera existe. Y no debe olvidarse que estos géneros son los mismos a los cuales Estados Unidos, junto con café, azúcar, banano y flores, les conceden ingreso en todos los tratados que suscriben con los países tropicales. Son los mismos productos, al mismo tiempo, para el mismo mercado. Así, el Imperio se hace a ellos en la competencia entre postores a la baja.

Quienes hoy se asombran frente al monstruo que crearon no deben olvidar tampoco que el TLC es mucho más que el desigual comercio de productos agropecuarios, al que deben añadirse las prebendas descomunales entregadas a las mercancías, a los capitales y a los inversionistas norteamericanos incluso por encima del trato que se brinda a los nacionales en el resto de apartados. Muchas de ellas ya se han plasmado en leyes recientes, promovidas por iniciativa gubernamental para estar a tono con el Tratado, como el Estatuto del Inversionista, la Reforma al Mercado de Capitales o la penalización con cuatro a ocho años de cárcel para quienes atenten contra la Propiedad Intelectual de las empresas multinacionales principales beneficiarias de las patentes, incluidas las de semillas o de agroquímicos para la agricultura y la droga veterinaria. La ecuación agrícola en el TLC jamás podrá ser, no podrá sustraerse de las desigualdades enormes entre el Imperio y sus colonias, volverá a cumplirse como la nombrada fábula de Samaniego, ¡Mira que ni el presente está seguro!

source : BIodiversidad en América Latina

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