Dar campo al campo

Armando Labra M.

El estudio, elaborado por José Alberto Cuéllar Alvarez, ciertamente aporta
un enfoque novedoso porque a diferencia de la mayoría, que se esfuerza
justificadamente en medir el impacto en la producción nacional, el que
comentamos se aboca a identificar qué efecto comercial se logró en el
mercado de Estados Unidos.

Con las reservas del caso que el propio autor advierte, las conclusiones
son alucinantes, sobre todo si pensamos en la apertura total del campo en
2008.

El estudio "no detectó efecto alguno del TLCAN sobre el comportamiento de
las ventas agropecuarias de México a Estados Unidos". Los dos factores que
sí influyen son el tipo de cambio real y la tendencia temporal de las
ventas que obedecen a procesos de largo plazo que se iniciaron antes del
TLCAN, sin registrar influencia alguna de éste.

"En suma", concluye Cuéllar, "la evidencia apunta hacia un efecto poco
significativo del TLCAN sobre la exportación de productos agropecuarios
(mexicanos) al mercado estadunidense. Como han señalado otros autores, el
tipo de cambio real y sus drásticas variaciones alrededor de 1994 parecen
desempeñar un papel más importante..."

Otro estudio de interés es el de Andrés Rosenzweig titulado El debate sobre
el sector agropecuario mexicano en el TLCAN, que apareció en marzo de este
año y también fue elaborado bajo auspicios de la CEPAL. El trabajo muestra
que entre 1994 y 2003 el PIB agropecuario, forestal y pesquero creció en
promedio anual a razón de 1.9 por ciento, mientras que el PIB nacional lo
hizo en 2.5 por ciento.

Tal rezago significativo tiene que ver con un dato aportado por el autor:
"durante el periodo de instrumentación del TLCAN el crédito a los sectores
agropecuario, forestal y pesquero pasó de 187 a 37.7 millones de pesos
entre 1994 y 2003. Por ende -añade-, cuando el crédito era más necesario
para cumplir los objetivos del TLCAN respecto de la conversión productiva,
el aprovechamiento de ventajas comparativas y la modernización de unidades
productivas, el sistema crediticio al campo sencillamente se colapsó".

Ese rezago también se expresa en que si bien 39.4 por ciento de los
mexicanos viven en condiciones de pobreza y 12.6 por ciento a nivel de
franca indigencia, las proporciones en zonas rurales ascienden a 51.2 por
ciento y 21.9 por ciento, respectivamente. Otro dato importante que nos
aporta Rosenzweig es que de 1994 a principios de 2003, los salarios diarios
reales promedio en el sector formal eran de 156.86 pesos, mientras en el
sector primario de apenas 93.97 pesos (160.66 en la minería, 158.37 en las
manufacturas, 116.34 en la construcción y 138.78 en el comercio).

El campo ha realizado un esfuerzo heroico para seguir creciendo, así sea
lentamente, en condiciones adversas externas, pero también internas,
enfrentando a un gobierno favorecedor sólo del agro exportador minoritario
y en franca distancia respecto al resto del mundo rural. El gobierno ve a
esta mayoría como un fardo residual respecto a la sociedad, la política y
la economía. En rigor no la ve ni quiere verla.

Como un efecto más de la ignorancia histórica de los diseñadores de las
políticas públicas en boga, no se concibe al campo como parte de nuestro
todo, sino como un lastre sin solución al que hay que limosnear y corromper
para que no grite.

Pero la historia es cruel y no hace caso de quienes olvidan o desconocen
sus lecciones. Todos pagaremos caro soslayar que ningún país se ha
desarrollado en forma sostenida y creciente sin resolver integralmente el
binomio campo/industria porque así se armoniza la vida entre campos y
ciudades y se mitiga la desigualdad al tiempo que se produce y exporta para
beneficio de la población.

Hoy resulta urgente darle su campo al campo dentro de una política
económica para establecer las bases de una política industrial articulada
con el campo y los demás sectores de la economía. Los expertos y los
teóricos más avanzados advierten que sólo prosperan los países que no han
creído en la perfección de los mercados libres.

En efecto, los estadunidenses y canadienses, los europeos, algunos
latinoamericanos y los asiáticos asientan sus economías exitosas en
mercados imperfectos donde la competencia se ciñe a la política y al
interés público. Es hora de aprender para respondernos con rigor: ¿nos
aporta el TLCAN al campo o debemos renegociar? ¿Podemos proseguir sin
integrar al campo con el resto del país? ¿Nos conviene seguir al garete
económico? Cualquier "no" como respuesta amerita que nos pongamos a
trabajar, pero ya.

source : La Jornada, México

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