México y Corea del Sur: el dedo en la llaga

México y Corea del Sur: el dedo en la llaga

Por Arturo Franco, 30-3-15

Corea del Sur representa una comparación que a los mexicanos nos puede ayudar a entender mejor la situación económica que vivimos. Nos da el contexto, la dimensión, la gravedad, la urgencia, que nuestra crisis de crecimiento económico merece.

El pasado 27 de marzo, el premio Nobel de Economía (2008) Paul Krugman dijo que el crecimiento económico mexicano es, hasta ahora, “decepcionante”, a pesar de 30 años de reformas en el país. “Ustedes todavía siguen esperando ese crecimiento y que México se convierta en un país como Corea, pero a pesar de 30 años de reformas no ha sucedido”, dijo en una conferencia de la Canacintra.

Y es que puso el dedo justo en la llaga. Precisamente Corea del Sur representa una comparación que a los mexicanos nos puede ayudar a entender mejor la situación económica que vivimos. Nos da el contexto, la dimensión, la gravedad, la urgencia, que nuestra crisis de crecimiento económico merece.

Hace treinta años, como expliqué en esta entrada de mi blog, México jamás hubiera aceptado una comparación con el “tigre asiático” en potencia. ¿Por qué? Pues porque en los treinta años previos, entre 1950 y 1980, cuando la economía del país creció en promedio 6.5% al año, los coreanos no nos veían ni el polvo. Nuestro récord era impresionante y aunque tuvimos serios problemas económicos a final de la década, para principio de los noventa, estrenando reservas de petróleo y con acceso al bloque de países desarrollados de la OCDE, estábamos por despegar. En pocos años íbamos a tener un ingreso por persona mucho mayor al de 5,300 dólares que teníamos en ese tiempo.

En Corea del Sur las cosas no se veían muy bien en los ochentas. El país estaba muy lejos de ser desarrollado, su gente era menos productiva que la nuestra y su ingreso por persona era menor de 2,000 dólares al año.

El desarrollo, a la vuelta de la esquina

Vino entonces la época de Salinas. La idea era que México tenía que modernizarse, y para hacerlo no había mejor forma que poner al país en un nuevo camino, el de la liberalización y la apertura económica. La promesa era enorme: México, a través de las privatizaciones, las reformas y la competencia con el exterior, iba a crecer más. Los frutos de este crecimiento se iban, finalmente, a distribuir entre más personas, con mejores empleos y mejores salarios. El desarrollo estaba, como muchos creyeron en ese entonces, a la vuelta de la esquina.

Veinte años después de la entrada en vigor del famoso Tratado de Libre Comercio (TLC) para América del Norte, la realidad nos pinta un panorama muy distinto. Ninguna de las promesas de los muchos beneficios de ese tratado con Estados Unidos y Canadá se terminaron cumpliendo. Y aunque hay mucho debate en torno a los efectos que este experimento económico y social pudo tener en ciertos sectores -y aunque personalmente creo que la competencia internacional es un excelente incentivo para mejorar la productividad de un país, para impulsar la creatividad y para abrir nuevas oportunidades- el TLC se terminó concentrando en menos de una docena de industrias que exportan la mitad de lo que vendemos como país. La diversificación de mercados fue nula y cada vez usamos más y más insumos importados de China.

En pocas palabras, la teoría de David Ricardo no dio fruto en territorio Azteca. Y ¿qué hizo Corea del Sur en estos años? Lo mismo, pero bien hecho. En el periodo 1970-1995, la tasa de crecimiento promedio del PIB superó el 9% anual. En ese lapso sus ventas externas se elevaron de 55 mdd a 65,000 millones, duplicando así la tasa de crecimiento promedio de Japón. Gracias a ese comportamiento, Corea del Sur pasó del lugar 101 entre los países exportadores al 14. El dinamismo de las ventas foráneas estimuló el aprendizaje y la incorporación y difusión de tecnología, así como el aumento de la productividad. El ingreso per capita de los coreanos es hoy de 24 mil dólares. México se quedó en menos de la mitad de eso.

Un modelo equivocado

Además, la venta de un buen número empresas estatales tampoco trajo beneficios netos a la mayoría de los mexicanos. El saldo final de ambas políticas neoliberales, y más que nada, de la forma perversa en que fueron implementadas, es claramente negativo: el país no creció, la productividad se estancó, la pobreza no se movió, el campo se murió, la gente tuvo que seguir emigrando, en fin, terminamos como el perro de las dos tortas. Pero muy a pesar del evidente fracaso, en todos estos años, a través de dos transiciones políticas, el dogma sigue siendo el mismo: la ruta hacia el bienestar, el progreso, el desarrollo, es la ruta del mercado. Las élites deshonradas que nos han gobernado desde el final de los ochenta, y hasta la segunda década del nuevo siglo siguen convencidos de esto.

Para ellos, las decisiones privadas son moralmente y económicamente supremas a la acción pública y colectiva, en casi cualquier ámbito, en casi cualquier situación. Para ellos, la estabilidad macroeconómica es un fin en sí mismo, algo que debe celebrarse aunque el ingreso de los mexicanos no avance. “No crece pero al menos es estable”, dicen. Para ellos, la inflación es más importante que el empleo. Para ellos, la justicia social y la búsqueda de equidad es un objetivo secundario, es una consecuencia más que una causa, es un costo en lugar de una inversión. Para ellos, es mejor dejar que el mercado solucione todo.

Cada quien, como le va en el circo

En México, la privatización y la apertura comercial no generaron competencia en el país, pero si sentaron las bases para formar una generación de multimillonarios que, en poco tiempo, compartiría espacios con los hombres más ricos del planeta. México pasó de tener una sola familia en la lista de Forbes en 1987, los Garza Sada de Nuevo León, a tener 19 este año.

De acuerdo a la firma de investigación WealthInsight, dedicada al seguimiento de personas de altos ingresos, en México hay 145 mil millonarios y 2 mil 540 multimillonarios, con una fortuna estimada en 736 mil millones de dólares. En un país de más de 110 millones de personas, el 0.1 por ciento de la población mexicana tiene una riqueza total equivalente a más del 50 por ciento más pobre del país.

En estos años, México creo al hombre más rico del mundo: Carlos Slim. ¿Y qué tan rico es Slim? Se preguntan algunos. Les paso un dato interesante. En Enero de 2015, la organización inglesa Oxfam lanzó un reporte global de desigualdad de riqueza. La conclusión es impresionante: el 1% de la población con más riqueza en el mundo está cerca de tener el 50% del total de los activos globales. ¿Y en México? Si hacemos la misma comparación, usando los mismos datos, resulta que en México una sola familia (ya les dije cuál) tiene un nivel de riqueza equivalente a la de más del 40% más pobre del país. “Los salinistas prometieron, y muchos así lo creyeron, la entrada en el primer mundo. Y ciertamente algunos cuantos entraron”, dice Francisco Cruz Jiménez.

Nuestro vecino, ¿lo mejor que tenemos?

Al final de la conferencia, Krugman dijo que a pesar del desencanto que podría existir por el crecimiento de la economía, “el mayor activo económico de México reside en la vecindad que tiene con Estados Unidos; está cerca de una economía enorme y bastante exitosa que le da ventajas y le permite integrar su producción de manufactura”.

Cierto. Más de 20 millones de mexicanos que viven allá lo entienden perfectamente. Pero ¿cuándo seremos nosotros mismos nuestro mejor activo?

@arturofrancohdz

source : Animal Político

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