“No me pongás pinga...”

Aurelio Suárez Montoya

Aunque tal procacidad puede entenderse en Uribe, ya que él mismo ha dicho que “se crió como un gamín”, puede también servir en su acepción más prosaica para resumir el viaje presidencial a Estados Unidos a la sazón del cierre del TLC entre Colombia y el Imperio.

Uribe no le dijo a Bush “no me pongás pinga”. Por el contrario, se unió con él para asaltar la buena fe de la opinión colombiana simulando una equidad imposible de lograr en un Tratado en el cual dos países totalmente desiguales contraen compromisos iguales o incluso más onerosos para la parte más débil como en el capítulo de agricultura donde los subsidios a la producción gringa permiten un ilegítimo comercio. Bush, jefe de las tropas invasoras de Irak y Afganistán, promotor de la tortura internacional en Abu Ghraib y Guantánamo, quien les ha mentido a la sociedad norteamericana y al mundo para justificar su cruzada imperialista, se imbuye de autoridad expresando, con el coro de Uribe, que en el TLC con Colombia, los Estados Unidos “serán justos”.

Y también Uribe se unió con el Representante de Comercio de Estados Unidos, Robert Portman, para “ponerle pinga” a toda Colombia cuando a través de maniobras artificiosas pretendieron engañar acerca de la protección en el acceso a medicamentos baratos para nuestros compatriotas. Que las peticiones de Colombia quedarán “en la memoria de la negociación”, que habrá “cartas laterales”, que “aunque no hagan parte del texto...” y otras marrullerías por el estilo se validan con una frase taimada del bien denominado ministro de la “desprotección”, Diego Palacio, al expresar que “él queda tranquilo”. Lo cual no es inconveniente para que de inmediato en compañía del ministro de Comercio acuda a la Comunidad Andina de Naciones a derrumbar, junto con Perú y Ecuador, la norma que impide llenar de privilegios en el TLC a las farmacéuticas multinacionales.

Y también Uribe “puso pinga” a los agricultores y productores avícolas colombianos. En una pantomima final ha querido apocar con su presencia a los voceros del “cuarto de al lado” que han estado “poniendo pinga” a los negociadores en las últimas rondas. La presencia de Uribe intenta validar la capitulación y deslegitimar las críticas que surjan de voceros gremiales; hacer que el país, con base en su reputación virtual, le crea al presidente y no a otros. Es así como se está jugando su prestigio: poniendo en una balanza su palabra, la de Bush y Portman contra la de los demás mortales.

Y con seguridad le contestará con su ya característico, “no me pongás pinga”, al Tribunal Administrativo de Cundinamarca que en una medida cautelar, expedida y ratificada, ha sido explícito ante el Gobierno en los puntos que no debe firmar en el TLC para no violar derechos colectivos. De hecho, con lo ya acordado en Propiedad Intelectual, incluyendo el patentamiento de nuevas especies vegetales, está incurso en evidente desacato a la respectiva providencia.

Desde finales del siglo XIX y comienzos del XX, en Colombia las clases dominantes han estado al servicio de Estados Unidos colocando para ello sus mejores empeños: “gobiernos militares y civiles, ‘estadistas’ liberales y conservadores, economistas y abogados, herejes y camanduleros, letrados y doctores honoris causa” al decir de Francisco Mosquera. Para la imposición del TLC, Estados Unidos ha recurrido a un espécimen especial; alguien que dispone para la empresa recolonizadora de su patanería y de su suerte de politiquero de la peor laya. Sus expresiones lo retratan a la perfección, “el estilo es el hombre”.

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