Integración regional: punto de inflexión

Raúl Zibechi

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ALAI AMLATINA, 28/04/2006, Montevideo.- El MERCOSUR está
en crisis, la CAN amenaza fragmentarse, el ALBA aún no es una
alternativa y la Comunidad Sudamericana de Naciones (CSN) no
levanta vuelo. El TLC entre Ecuador y Estados Unidos entró en un
impasse luego del levantamiento indígena de marzo y el
Gasoducto del Sur parece encaminarse hacia su concreción.
Vivimos un momento de inflexión en la relación de fuerzas
continental, pero no resultan claras las fuerzas motrices de una
integración alternativa.

La derecha continental está de fiesta. Ante la grave situación que
atraviesan las relaciones de Argentina y Brasil con sus socios
Paraguay y Uruguay, un editorial de La Nación de Buenos Aires
(27 de abril) se pregunta: "¿Se trata de la extinción lenta del
MERCOSUR? Es, en todo caso, una imagen que se parece
demasiado a la muerte?", concluye Joaquín Morales Solá.

En el arco opuesto del espectro político, el presidente venezolano
Hugo Chávez se felicita por la crisis. "La CAN no está en crisis.
Está muerta", dijo durante la reunión de presidentes de Sao Paulo.
Chávez decidió que su país abandone la CAN porque considera
incompatible la pertenencia a la alianza con la firma de TLCs con
Estados Unidos, como lo hicieron Colombia y Perú. Añadió que el
MERCOSUR camina hacia su extinción, y se mostró satisfecho
por ambos tropiezos. En opinión de una parte considerable de la
izquierda continental, entre los que se incluye el propio Chávez, la
crisis de los acuerdos ya existentes como la CAN y el
MERCOSUR es positiva ya que permitirá un rediseño más amplio
y abarcativo de la integración regional. En su lugar, consideran
que el Gasoducto del Sur (que unirá a Venezuela, Brasil y
Argentina y luego a los demás países del subcontinente) será la
"locomotora" de una integración regional que puede tener como
punto de referencia la Alternativa Bolivariana (ALBA).

Crisis diferentes

Sin embargo, conviene matizar algunas cuestiones. La crisis de la
CAN y la del MERCOSUR obedecen a razones muy diferentes. La
primera es víctima de la tenaza estadounidense que consiguió
someter a los gobiernos de Alvaro Uribe y Alejandro Toledo, y casi
consigue hacerlo con el titubeante Alfredo Palacio, si no se
hubiera interpuesto el vigoroso levantamiento indígena de marzo
liderado por la CONAIE. Venezuela tiene razón en apuntar que no
es compatible la pertenencia a la CAN y la firma de TLCs con
Estados Unidos. Evo Morales parece marchar en la misma
dirección al reclamarle a Colombia y Perú la suspensión de los
tratados. Para agregar confusión al cuadro, Bolivia, Venezuela y
Cuba se aprestan a firmar el Tratado Comercial de los Pueblos
(TCP) con arancel cero para los productos de sus países. Con ello
se concreta un nuevo eje que gira en torno al dinamismo de
Caracas y La Habana al que se suma ahora Bolivia.

La crisis del MERCOSUR, en cambio, es bastante más compleja.
Por un lado aparecen las graves asimetrías entre los socios
mayores (Brasil y Argentina) fruto de 20 años de neoliberalismo,
que no podrán zurcirse en el corto plazo. A ellas se suman los
problemas con los socios menores (Paraguay y Uruguay), que
sienten que sus intereses son dejados de lado por los grandes
países. Esta situación de creciente tensión llegó al clímax con la
minicumbre de Asunción, en la que los presidentes de Bolivia,
Paraguay, Uruguay y Venezuela acordaron -la tercera semana de
abril- la construcción de un gasoducto que no pasaría por
Argentina ni Brasil. ¿Un delirio? Probablemente, pero un delirio
que refleja el profundo malestar existente y el fondo de una crisis a
la que no se le encuentra salida.

Lula, Kirchner y Chávez decidieron el 26 de abril darle un empujón
al Gasoducto del Sur y, como forma de resolver los conflictos,
invitarán a todos los países sudamericanos a integrarse al
proyecto. El presidente uruguayo, Tabaré Vázquez, en los
mismos días realiza esfuerzos por firmar un TLC con Estados
Unidos, mostrando su paulatino pero firme alejamiento del
MERCOSUR pese a la sintonía política con los presidentes
vecinos. La crisis con Argentina motivada por la instalación de dos
grandes fábricas de celulosa en Uruguay -que profundizan el
modelo neoliberal bajo un gobierno de izquierda- son apenas la
gota que desborda el vaso, pero no son en absoluto la causa de
fondo de la crisis de la alianza comercial.

¿Es posible la integración?

En las declaraciones efectuadas al finalizar la reunión de Sao
Paulo con Kirchner y Lula, Chávez aseguró que el Gasoducto del
Sur "debe ser la locomotora de una proceso nuevo de integración,
cuyo objetivo sea derrotar la pobreza y la exclusión". El gasoducto
unirá Puerto Ordaz en Venezuela con Buenos Aires, tendrá unos
10 mil kilómetros de extensión, un costo que oscila entre 20 y 25
mil millones de dólares y se comenzará a construir entre 2007 y
2009 para estar finalizado una década después. El proyecto
despierta críticas variadas, desde los que consideran que se trata
de una inversión exagerada hasta quienes sostienen que el
transporte de gas es más conveniente hacerlo en barcos
metaneros.

Lula intentó convencer a Chávez de no abandonar la CAN, pero
fracasó. En este momento de inflexión en el que, ciertamente, la
integración regional se encuentra en un cruce de caminos, la
ruptura de los acuerdos ya existentes puede servirle en bandeja a
Washington la posibilidad de continuar avanzando en su estrategia
de acuerdos bilaterales de libre comercio. Más aún cuando las
alternativas para una integración más abarcativa que la actual
chocan con intereses nacionales diferentes y hasta opuestos.
Brasil ha hecho su opción por la Comunidad Sudamericana de
Naciones (CSN), que cuenta con proyectos de envergadura y
financiamiento abundante en base a la Iniciativa de Integración de
la Infraestructura Regional Sudamericana (IIRSA). Este proyecto
es incompatible con el ALBA que defienden Venezuela y Cuba.

El gasoducto es, en efecto, una alternativa plausible pero de
dudosa concreción. Se suele argumentar que el acero fue la
locomotora de la integración europea, y que el gas bien podría
jugar un papel similar en el caso sudamericano. Pero la
concreción de la unidad europea fue un asunto de Estado para los
principales países como Alemania y Francia, de modo que ese
proyecto fue capaz de seguir adelante pese a la alternancia de
gobiernos de diferentes colores políticos. Nadie puede hoy en
América del Sur asegurar que el ALBA sobrevivirá a Chávez o la
CSN a Lula, ni que el gasoducto -fuertemente cuestionado en
Brasil- seguirá adelante pese a los eventuales cambios
presidenciales que se registrarán en la próxima década.

No es lo mismo oponerse al ALCA o a los TLC que establecer
bases duraderas para una integración regional diferente a la que
propugnan los mercados globales o las elites de la región. Más
allá de las declaraciones y los discursos, no está claro aún de qué
tipo de integración hablamos. Una buena forma de avanzar sería
poner sobre la mesa las asimetrías y los problemas que enfrenta
cada país, para buscar a partir de ellos formas de compatibilizar
realidades que el dominio imperial ha tornado incompatibles y
hasta antagónicas. La descolonización, que de eso se trata, es
más un largo camino plagado de conflictos para ir más allá de las
miserias cotidianas que heredamos, que un recorrido triunfal con
las banderas desplegadas al viento.

source : ALAINET

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