Agrocombustibles: las amenazas del imperialismo verde

Gerardo Cerdas Vega | Minga Informativa / Grito de los Excluidos/as, 7-5-07

La producción masiva de agrocombustibles, alentada por la desesperación de los Estados Unidos ante su inminente crisis energética, amenaza con arrastrar a América Latina en una carrera hacia la devastación productiva, medioambiental, social y cultural. Las panelistas, la compañera Francisca Rodríguez (Chile, Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas), Maria Luisa Mendonça (Brasil, Red Social por la Justicia y los Derechos Humanos) y el panelista Horacio Martins (Brasil, Movimiento de Trabajadores sin Tierra), hicieron un abordaje amplio del tema, cuyo contenido buscamos compartir con ustedes en este artículo.

Algunos elementos para ubicar la discusión

Para Maria Luisa Mendonça, es necesario recordar que la mayoría de las guerras durante los últimos siglos, guardan una íntima relación con el control de las fuentes de energía por parte de las grandes potencias, especialmente en el marco del capitalismo industrial. Actualmente, de hecho, este es un tema central en la política externa de los Estados Unidos, que busca asegurarse el control energético a nivel global ante el hecho ya inocultable de que sus fuentes de petróleo propias tienen solo de 10 a 15 años de vida útil y frente a la creciente competencia entre bloques económicos por el acceso a los combustibles fósiles, a lo que ahora se suma el hambre de petróleo del gigante chino.

Este dato es fundamental para comprender la urgencia y agresividad con que los Estados Unidos está alentando la producción masiva de agrocombustibles en América Latina, puesto que obedece a las necesidades de consumo energético de toda su estructura industrial y de una población cuyos patrones de consumo desbordado necesita un suministro constante y creciente de energía. Para la panelista, el consumo de energía a nivel global y en Estados Unidos en particular, es por un lado muy elevado y por otro, el mismo se concentra en sectores privilegiados, la industria y las grupos poblacionales con mayor poder económico, así que toda la humanidad paga un alto costo para dar energía a unos cuantos millones de personas de forma privilegiada.

La producción masiva de agrocombustibles, en este sentido, sigue un patrón histórico que desde la colonia ha favorecido a las grandes oligarquías de nuestros países y a los países capitalistas centrales, hoy nuestros países ofrecen energía barata a los países ricos y este es un nuevo momento dentro de los proyecto neocoloniales de aquellas potencias.

En este mismo sentido, Horacio Martins señaló que es necesario que ubiquemos la problemática relacionada con los agrocombustibles en el marco del paradigma del capitalismo contemporáneo, monopolista y transnacional, que controla el capital financiero y que no da la menor importancia a lo que pasa con el medio ambiente, con los pueblos y con la estructura de la sociedad. La discusión sobre la crisis energética actual es una discusión falsa, lo que se busca es construir una matriz energética de nuevo tipo pero siempre controlada por los mismos capitales transnacionales que no solo controlan el petróleo sino ahora las fuentes de energía de biomasa. La llamada crisis energética, de este modo, esconde que lo que está en crisis es el modelo mismo de producción, el capitalismo industrial depredador, por cuyas necesidades energéticas se pretende sacrificar la riqueza cultural y natural de una buena parte de la humanidad.

Agrocombustibles y soberanía alimentaria

La compañera Francisca Rodríguez fue enfática al señalar que la producción masiva de agrocombustibles amenaza de forma directa el derecho de los pueblos a la soberanía alimentaria. Rechazó el uso del término “biocombustibles” porque para ella al usar el prefijo “bio” se quiere dar a entender que es algo positivo, bueno con el medio ambiente, cuando en realidad son combustibles extraídos de la tierra que contaminan tanto o más que los combustibles fósiles: “No podemos hablar de biocombustibles, porque “bio” significa vida, es algo positivo, pero eso esconde la naturaleza dañina de estas propuestas, hay que llamarlos ’agrocombustibles’ porque van a salir de la tierra y de esa tierra serán expulsados los campesinos e indígenas para que las controlen los grandes consorcios, los grandes latifundios dedicarán la tierra a producir para alimentar a los motores y no a las personas”, acotó la panelista.

Al mismo tiempo, recordó que al principio las organizaciones campesinas e indígenas no percibieron toda la magnitud del peligro que encierra la producción de agrocombustibles, pero que ahora han identificado plenamente lo que esto significa y cómo apunta a oprimir más aún a los pueblos campesinos e indígenas para resolver los graves problemas que atraviesan los países capitalistas centrales, lo cual se hace además con una intensiva una manipulación mediática: vamos a cuidar el medio ambiente, no vamos a contaminar, son combustibles menos dañinos, etc., ocultando que es una política energética que llevará a los pueblos al borde del exterminio. Esta manipulación es un engaño más para el campesinado, pues muchos pensarán que es una forma de salir de la pobreza en que están y los sectores urbanos pensarán que cómo los campesinos se oponen al desarrollo, si los agrocombustibles son buenos para el medioambiente y todo eso.

Frente a estas amenazas, señaló que el mundo indígena y campesino debe preservar sus semillas, manteniéndolas lejos de la privatización de la vida. La necesidad de recuperar y reivindicar los conocimientos tradicionales y el derecho a los territorios, es parte inseparable de la soberanía alimentaria. Las organizaciones campesinas e indígenas tienen ante sí enormes retos, porque lo que está pasando con la producción de agrocombustibles afecta de forma directa a estas poblaciones, que son las primeras afectadas aunque el efecto será negativo para toda la sociedad. Así, para la panelista:

“Frente a estos retos nosotros tenemos que hacer un compromiso por defender la tierra, desenmascarando lo que hay detrás de estos proyectos y dar una discusión profunda sobre lo que significa el actual modelo de consumo y producción energética en el capitalismo, en las grandes ciudades y fábricas. Lo que nosotros queremos es revertir el genocidio que se pretende con la tierra, nosotros sabemos lo que significa el monocultivo extensivo, lo sufre ya Centroamérica, lo sufre América del Sur, en Chile ya estuvo Monsanto porque en sus planes está que Chile sea el gran productor de semillas transgénicas, porque a todos los países les asignan una parte en este cuadro perverso. Todo esto pone en peligro tanto nuestra vida como la biodiversidad y la vida misma del planeta Tierra, por eso tenemos que ser capaces de hacer grandes acciones, no podemos quedarnos en que la lucha es solo contra los agrocombustibles, tenemos que luchar por nuestra propia agenda que es la soberanía alimentaria, la reforma agraria, la lucha contra el capitalismo salvaje que destruye a nuestros pueblos”, señaló.

La avalancha del “imperialismo verde”

Este “imperialismo verde”, que se viste con el ropaje de la preocupación por el medio ambiente y el calentamiento global, esconde una realidad perversa por sus implicaciones ambientales, culturales y sociales, como hemos señalado. “Recordemos que con relación a los agrocombustibles, su base es la biomasa y para ello hay que controlar la tierra, el agua y todos los recursos naturales, las áreas agrícolas de todo el mundo son las que están sometidas a una disputa salvaje para someterlas a la producción de estos combustibles”, señaló Horacio Martins.

Martins hizo amplia referencia a la situación actual que vive Brasil en cuanto a la producción de etanol y las proyecciones para los próximos 25 años, ya que para el panelista, lo que está pasando en su país marcará el camino que seguirán muchos otros países de nuestro continente. Brasil vive ahora una feroz disputa por el control de unas 150 millones de hectáreas cultivables en la Amazonia, que se dedicarían exclusivamente al cultivo de diversos tipos de plantación para la producción de etanol o biodiesel.

La FAO estima que dentro de los próximos 15 a 20 años, los agrocombustibles suplirán el 25% del consumo energético mundial, por eso Brasil es un territorio que se disputan los grandes capitales, veamos algunos datos: la producción mundial de etanol para 2006 está controlada entre Brasil y Estados Unidos porque entre ellos producen el 60% del total mundial. Se estima que en 2010 se producirán 70 mil millones de litros de etanol, producción que irá mayoritariamente hacia los Estados Unidos ya que este país tiene más del 40% de los carros del mundo y, a la vez, no está dispuestos a asumir en su propio territorio la producción de los granos (maíz, por ejemplo) necesarios para la producción de ese volumen de etanol, de forma que el peso recaerá sobre Brasil. La tendencia al consumo masivo de etanol mezclado con los combustibles fósiles es clara: Estados Unidos, Japón y Europa van a importar cada vez más millones de litros de etanol, en Estados Unidos para el 2030 el etanol se mezclará hasta 30% con los combustibles fósiles y ello lo que significa es que hay que llevar la producción desde los 58 mil millones de litros actuales hasta 260 mil millones de litros, lo cual supone un derroche colosal de recursos y alimentos que se destinarán a llenar los tanques, no los estómagos de la personas.

Otro tema sensible es el del latifundio. Las tierras están siendo ocupadas cada vez más por las transnacionales, incluso en Brasil las tierras hasta se están vendiendo por internet para la producción de soya, caña y otros productos de monocultivo. Este proceso va acompañado de la expulsión de miles de familias campesinas e indígenas; en efecto, el control de la biomasa conlleva el control de los territorios, esto también es un imperialismo territorial, que le otorga todo tipo de facilidades al capital, se establecerá de forma masiva el control de tierras por las transnacionales y la expulsión de los campesinos e indígenas. La destrucción del campesinado y los indígenas es destrucción de culturas, de culturas originarias también. Para el panelista, “Vivimos una verdadera avalancha del ’imperialismo verde’, que traerá devastación creciente de tierras, en especial en el bosque amazónico y en la sabana, se cree que dentro de 30 años toda la sabana brasileña será destinada a la producción de agrocombustible, que contaminará aguas por ejemplo en el acuífero guaraní, que compartimos con otros cuatro países y que está siendo controlado cada vez más por transnacionales como Coca Cola y Nestlé”. El panorama no es alentador.

Sumado a lo anterior, la geopolítica internacional del imperio norteamericano exige estabilidad social en Brasil, o sea no se puede tolerar lucha por la tierra, ni movimientos fuertes, es de esperarse que va a crecer la represión y el control social en especial de los movimientos campesinos que como el MST luchan por el acceso a tierra y recursos productivos para las más de 8 millones de familias campesinas del Brasil.

Precariedad laboral y esclavitud: el rostro brutal del monocultivo

Como si todo esto no fuera suficiente para demostrar la perversidad de la nueva matriz energética que se está construyendo, tenemos el tema de la precariedad laboral y la esclavitud, que en países como Brasil son una dolorosa realidad, que permite comprender el lado brutal del monocultivo. En el monocultivo de la caña de azúcar, por ejemplo, el régimen de contratación está basado en la explotación de una mano de obra barata e incluso esclava, los salarios son extremadamente bajos y los riesgos laborales, que van desde la enfermedad, las lesiones físicas graves y la muerte, son pan de cada día. El Ministerio de Trabajo de São Paulo dice que el azúcar está bañado de sangre, sudor y muerte: solo en el 2005 se registraron 400 muertes en la agroindustria de la caña, por diversas razones: accidentes con máquinas, trabajadores carbonizados, infartos por agotamiento, cáncer de piel relacionado con el uso de agroquímicos y muchas otras enfermedades laborales.

Por otra parte, el trabajo esclavo es una realidad en todos los ingenios, en el 2006 el Ministerio Público inspeccionó 74 ingenios solo en São Paulo y todos fueron procesados por tener decenas de trabajadores y trabajadoras esclavos, todos ellos trabajan sin contrato, sin implementos de protección, en viviendas precarias, sin comida adecuada, sin agua, sin poder escapar, obligados a pagar deudas enormes a sus patronos, entre muchas otras cosas. Pero la realidad laboral que se vive en los ingenios y cañaverales de Brasil no es exclusiva de este país. Sabemos ahora que es la misma situación en todos los países de América Latina y el Caribe donde se produce masivamente caña de azúcar, ya sea para la producción de azúcar o de etanol; con el crecimiento en la producción de este último, es de esperar que aumente también la depredación de la fuerza de trabajo de miles de campesinos e indígenas en todo el continente.

¿Qué hacer frente a esta realidad?

De las intervenciones de la mesa, se derivan algunas propuestas para enfrentar toda esta problemática. Se planteó la necesidad de articular cuatro niveles de lucha:

a) Denuncia pública: es necesario continuar profundizando la denuncia sobre los impactos y significación de toda esta producción de agrocombustibles, una denuncia de nuevo tipo, que tenga fundamentación científica empírica muy fuerte porque estamos enfrentando una estrategia del capital que muestra las cosas como algo positivo; tenemos que dismitificar la propaganda “ecológica” sobre los agrocombustibles, considerando los efectos negativos de esas fuentes de energía, por ejemplo que la producción de etanol conlleva un altísimo consumo de agua (por cada litro de etanol se usan 12 litros de agua), contaminación de suelos y de las fuentes de agua subterráneas, producción de gases de efecto invernadero, entre muchos otros impactos negativos.
b) Resistencia social: la hipótesis de construir una sociedad alternativa supone que los campesinos y los pueblos en general tengan autonomía energética, hay que proponer un proyecto de sociedad capaz de negar el proyecto capitalista y eso solo puede lograrse articulando una enorme resistencia social que propugne por alternativas reales al modelo.
c) Acción directa: tenemos que enfrentar el capital en el campo, ocupar los ingenios, ocupar las tierras que se usan para caña, soya o maíz transgénico, enfrentar directamente al capital en conjunto con el proletariado rural, los jornaleros, los que están temporales y precarios.
d) Articulación de la lucha a nivel internacional: debido a las dimensiones del problema, no es posible dar la lucha aisladamente, se necesitan estrategias comunes y este es un terreno en el que es urgente avanzar.

El panel sobre agroenergía fue uno de los más concurridos del evento, lo que muestra el enorme interés que el tema está suscitando dentro de los movimientos sociales de nuestro continente. La problemática que conlleva la producción masiva de agrocombustibles nos concierne a todos y todas, no solo al campesinado o a las poblaciones indígenas. Sin duda que en los próximos meses y años este tema se convertirá en parte esencial de las luchas de los movimientos pero como lo recordó Francisca Rodríguez, la lucha debe orientarse a la afirmación y construcción de nuestra propia agenda como alternativa frente al avance acelerado de la destrucción ambiental, social y cultural de esta fase del capitalismo en el mundo: lucha por la reforma agraria, por la soberanía alimentaria, por un modelo energético que respete los equilibrios de la naturaleza y por la superación del capitalismo mediante formas de organización social y productiva novedosas, democráticas e inclusivas.

source : Caminos

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