En febrero de 2013, el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, utilizó el Discurso del Estado de la Unión para anunciar el inicio de las negociaciones en relación a un convenio integral de libre comercio e inversiones entre EE. UU. y la Unión Europea. La primera ronda de negociaciones, que tuvo lugar en julio de ese año, representó la materialización de un sueño que por mucho tiempo han tenido los grupos de presión del Diálogo comercial transatlántico, que había ejercido presión para un convenio de libre comercio entre la UE y EE. UU. desde 1990. El Acuerdo transatlántico para el comercio y la inversión (TTIP) intenta ser aún más ambicioso que cualquier trato comercial anterior dado que abarca una amplia variedad de áreas problemáticas a fin de rediseñar el panorama social y económico en ambos lados del Atlántico a favor del capital.
Dado que la mayoría de los aranceles en la UE y EE. UU. ya se encuentra dentro de los niveles mínimos, el enfoque central de las negociaciones es la eliminación de las barreras normativas al comercio. Esta desregulación aportará el 80 por ciento de las ganancias corporativas totales del TTIP, según cálculos oficiales, pero las barreras a eliminar incluyen algunas de las reglas y normas más importantes que amparan la salud pública, los derechos laborales y el medio ambiente. Los negociadores también desean eliminar las reglas que amparan las economías públicas y los empleos de la competencia desleal, con consecuencias que posiblemente sean devastadoras. El cálculo oficial que llevó a cabo la Comisión Europea en 2013 dio como resultado que el TTIP generará directamente la pérdida de al menos un millón de empleos entre la UE y EE. UU.
Si las negociaciones no pueden completar esta agenda desregulatoria, el TTIP intenta establecer un Organismo de Cooperación Reguladora permanente que pueda controlar las nuevas normativas propuestas en el futuro a fin de minimizar el impacto en la actividad del sector privado. Si aún así los gobiernos nacionales presentan nuevas leyes o reglamentos sobre la actividad corporativa, el TTIP incluirá las disposiciones para que un mecanismo de resolución de controversias entre el estado y el inversor (ISDS) permita que los inversores extranjeros demanden al país anfitrión en su propio sistema judicial privilegiado por todas las pérdidas que sean consecuencia de las ganancias futuras.
La UE y EE. UU. han visto que la importancia económica mundial ha disminuido desde la segunda guerra mundial, de modo que ahora representa aproximadamente la mitad del PIB mundial en lugar de tres cuartos, como era antes. En términos geográficos, el TTIP constituye un intento de restaurar la alianza transatlántica en respuesta al desafío de las economías emergentes tal como Brasil, India y China. Al verse frustrados por no poder imponer su voluntad irrecusable en el foro multilateral de la Organización Mundial de Comercio (WTO, por sus siglas en inglés), la UE y EE. UU. han identificado el TTIP como una oportunidad para idear, en forma conjunta, un modelo para todos los tratos comerciales futuros en todo el mundo.
El otro objetivo geopolítico del TTIP es Rusia. La negociación del aumento de las exportaciones de petróleo y gas de EE. UU. a Europa está diseñada explícitamente para quebrar la dependencia de los estados de Europa Central y del Este de los suministros de energía de Rusia, donde los negociadores de EE. UU. hablan abiertamente del TTIP como la "OTAN económica" que permitirá que Washington se separe de Moscú, como ocurrió en la guerra fría. Sin embargo, de esta manera, el TTIP sentenciará a Europa a décadas de dependencia de los combustibles fósiles de América del Norte, justamente cuando la realidad del cambio climático exige una transición inmediata a fuentes de energía limpia. A pesar de reconocer que el TTIP generará millones de toneladas de emisiones adicionales de CO2, la Comisión Europea aún utiliza las negociaciones para ejercer presión sobre el acceso no restringido a los suministros de energía de EE. UU.
Ahora, existe un movimiento masivo sin precedentes que se opone al TTIP en Europa. Se han establecido las plataformas anti-TTIP en cada uno de los 28 estados miembros de la UE y la Iniciativa Ciudadana Europea auto-organizada contra el TTIP y CETA obtuvieron más de 3,3 millones de firmas solamente en el primer año. Los grupos de trabajo y medio ambiente de EE. UU. también se oponen al TTIP, incluso cuando, en su lugar, el debate en los EE. UU. se ha enfocado más en el Acuerdo Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés). Las negociaciones comerciales entre la UE y EE. UU. realmente se están convirtiendo en un tema político tóxico tanto a nivel nacional como internacional, dado que los ciudadanos reconocen que la lucha por el TTIP es una lucha para nuestro propio futuro.
Tras la fuerte oposición popular y las elecciones de Trump en Estados Unidos, las conversaciones se suspendieron en 2017.
En julio de 2018, el Presidente de los Estados Unidos y el Presidente de la Comisión Europea acordaron relanzar las negociaciones comerciales de un "TTIP light", después de que Donald Trump amenazara con imponer aranceles a los automóviles europeos. La UE ha recibido el mandato de celebrar un acuerdo limitado (sobre la eliminación de los aranceles sobre los productos industriales, excluidos los productos agrícolas, y sobre la evaluación de la conformidad), mientras que los EE.UU. aspiran a un acuerdo más amplio que incluya la agricultura.
Aporte de John Hilary, War on Want en marzo de 2016; actualizada en julio de 2019
Foto: Friends of the Earth Europe