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ALBA y ALCA: El dilema de la integración o la anexión

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ALBA y ALCA: El dilema de la integración o la anexión

Por Osvaldo Martínez

Parte I - 15 de agosto 2005

La integración de América Latina ha hecho correr ríos de tinta e interminables torrentes de retórica, pero sigue siendo el gran tema estratégico pendiente.

Esa integración posee un fuerte cimiento histórico en las visiones de Bolívar y Martí. El primero llamó a la unidad política de los recién liberados pedazos del Imperio Español, intentó darle forma a esa unidad política convocando al Congreso Anfictiónico de Panamá y enfrentó la oposición de los recién nacidos Estados Unidos, a los que —con profunda y precoz visión— señaló como los futuros responsables de “plagar a la América de miserias, en nombre de la libertad”.

Martí conoció de modo directo, por vivir un largo período en Nueva York, el surgimiento del imperialismo, y con una penetración sorprendente urgió a los pueblos de la “América Nuestra” a unirse para resistir el dominio y la expansión de la naciente potencia imperialista.

En ambas figuras cumbres de la formación de lo que después llamaríamos América Latina, hay una percepción esencial: los países al sur del río Bravo forman parte de un conjunto cuya realización como pueblos no puede alcanzarse más que como conjunto integrado y haciendo resistencia al imperialismo que desde el norte, ve al resto de la América como el patio trasero de su propiedad.

Los reclamos de Bolívar y Martí tenían y tienen sólidas razones, pues los argumentos favorables a la integración son abundantes.

América Latina ha sido estructurada por los procesos coloniales español y portugués los que, no siendo exactamente iguales, comparten similitudes mayores entre ellos que los existentes entre los modelos coloniales inglés, francés, holandés, alemán, belga. Finalizada la gesta de la independencia, el dominio colonial fue sustituido por el dominio neocolonial ejercido por imperios europeos con la intromisión creciente de Estados Unidos, y en tiempos más cercanos por los imperialismos británico y estadounidense, con preponderancia progresiva de este último.

Como herencia positiva de ese pasado colonial, la América Latina posee una riqueza única en tanto potencial para la integración.

Se trata de la posibilidad de comunicación directa entre los pueblos hispano parlantes y luso parlantes, lo que permite a más de 500 millones de personas entenderse, hablando unos español y otros el portugués ya muy brasileño que se habla en Brasil.

Con relación al África, dividida en cuanto a la lengua y no pocas veces incomunicada, al Asia que presenta una situación similar e incluso a Europa, allí donde más ha avanzado la integración, pero donde la Unión Europea tiene que hacer traducciones a más de 10 lenguas diferentes, los latinoamericanos disfrutamos de mayores posibilidades de comunicación.

La América Latina, aun sin pretender un romántico y falso homologuismo entre sus naciones y pueblos, muestra unas condiciones para la integración que en teoría, son superiores a las de cualquier otra región del planeta.

Al pasado colonial que formó una estructura socioeconómica relativamente común, a la posterior acción modeladora imperialista que forjó relaciones de dependencia y explotación similares, le suma América Latina esa singular posibilidad de la comunicación directa entre los pueblos de habla española y portuguesa.

Y a todo eso, que no es poco, le agregamos ahora lo que en tiempos de esta globalización, que en rigor debiera ser llamada neoimperialismo, es ya un hecho establecido: la integración en la época de los grandes bloques económicos de países desarrollados (Unión Europea, Estados Unidos-Canadá, Japón-NIC`s) es para los países subdesarrollados mucho más que aprovechar economías de escala o beneficiarse de un mercado ampliado. Es condición de desarrollo y aun más de supervivencia en los tiempos de los grandes espacios económicos y de la lucha por la hegemonía imperialista.

La integración de la “América Nuestra” para hacer realidad el desarrollo de sus pueblos y para derrotar el dominio de la América que no es nuestra, tiene hoy al menos tanta vigencia como en los tiempos en que Martí asistió a las reuniones en Washington de la Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América. Entonces el naciente imperialismo norteamericano pretendió establecer una moneda común de plata para las transacciones en la América. Ahora pretende con el ALCA y los Tratados de Libre Comercio consolidar y extender su hegemonía sobre la región.

Pero, la distancia entre el potencial de la integración y su anémica realidad, es enorme.

Si pensamos en las distancias entre la posible América Latina integrada económica y políticamente, haciendo valer su riqueza económica, cultural, intelectual; haciendo escuchar su voz unida, y la América Latina todavía entrampada en la OEA, con algunos gobiernos compitiendo por ganar la sede del ALCA y entusiasmados con ingresar a ese proyecto, tendremos que reconocer lo poco que se ha avanzado hacia la integración.

El corto camino recorrido tiene muchas instituciones o estructuras creadas para propósitos declarados de representación, coordinación o integración regional o subregional, pero la acumulación de siglas aludiendo a instituciones no expresa profundidad ni eficacia en la integración, sino más bien refleja su inoperancia y la acumulación de proyectos fallidos.

En términos políticos la América Latina sigue careciendo de un verdadero mecanismo de concertación latinoamericano y caribeño. No lo puede ser la desprestigiada OEA ni las Cumbres Iberoamericanas, ni agrupaciones subregionales o de conformación coyuntural como el Grupo de Río, u otras instancias a nivel centroamericano o caribeño. La Comunidad Sudamericana de Naciones y la Comunidad Andina son buenos proyectos en el papel, pero no representan a toda la región y su verdadero significado dependerá de las tendencias políticas que predominen hacia adelante en sus gobiernos.

Aunque la existencia de instituciones no determina el curso de la realidad ni asegura integración efectiva, es significativo que América Latina no tenga siquiera algo parecido a la Organización de la Unidad Africana.

La región —como expresión de fragmentación política— no ha logrado trascender el escenario de instituciones diseñadas para reunirse en Washington y transmitir las directivas del amo (OEA), para reunirse con las antiguas metrópolis coloniales que ahora actúan como asociados menores de Estados Unidos (Cumbres Iberoamericanas) o para reunirse en grupos subregionales a veces capaces de asumir posiciones valiosas (CARICOM, Grupo de Río, Asociación de Estados del Caribe), a veces capaces de producir lamentables resultados (Centroamérica) y a veces como desafortunada expresión de un buen proyecto que vive en la agonía por la falta de apoyo de no pocos gobiernos (SELA).

La fragmentación política aludida, ha conducido a que la integración regional sea entendida con preferencia como integración económica y es por eso frecuente que se presente al proceso de integración regional como la descripción y el relato de los avatares de los esquemas de integración económica iniciados a comienzo de los años 60 bajo la influencia intelectual del desarrollismo cepalino, de las urgencia y temores catalizados por la Revolución Cubana y del despegue de la integración europea.

Esos esquemas de integración económica tienen vidas ya relativamente largas y todos —con las obvias diferencias individuales— son intentos subdesarrollados de integrar países subdesarrollados.

Ha fracasado la integración que podríamos llamar cepalina por corresponder a la época del “desarrollo hacia adentro”, la sustitución de importaciones y el aliento de una industrialización lidereada por una burguesía industrializante, modernizadora y que la CEPAL creía capaz de ser “nacional”, en tanto portadora de intereses desarrollistas que la harían capaz de defender sus mercados nacionales frente a la obvia tendencia a la hegemonía del capital extranjero.

Ha fracasado también —con fracaso aún más sonado— la integración que podríamos llamar neoliberal por corresponder a la época en que el neoliberalismo se hace dominante y convierte a la integración en cáscara encubridora de un gran vacío y a la retórica integracionista en parloteo para encubrir la creciente desintegración.

El fracaso de la integración cepalina es el fracaso del modelo cepalino de desarrollo hacia adentro. En aquel modelo la integración fue un desarrollo intelectual lógico, que fue planteado cuando se empezó a constatar que la industrialización, el desarrollo hacia adentro y la incorporación de “los frutos del progreso técnico” se asfixiaban dentro de los estrechos mercados nacionales y era evidente que la ampliación del mercado a escala regional era determinante para aspirar a los necesarios niveles de producción y productividad.

Pero el modelo, y el tipo de integración correspondiente a él, fracasaron. Las razones y el debate en torno a este problema, han ocupado y ocuparán muchos miles de páginas. No pretendo más que apuntar las razones que creo explican el fracaso, sin desconocer los méritos del pensamiento cepalino durante aquella “edad de oro” de esta institución; cuando fue capaz de estructurar una interpretación y una propuesta originales que se irían perdiendo.

La primera razón del fracaso no está en las economías de escala, en las técnicas y procedimientos para la rebaja arancelaria o en cualquier otro aspecto de técnica económica y tampoco está en la economía “pura”, si es que ésta existe de algún modo.

Esa razón se encuentra en esa zona donde la economía se amalgama con la política, la sociología, la historia y la cultura para explicar el fracaso de la burguesía industrializante que para la CEPAL era el principal actor social que debía hacer cambios estructurales internos imprescindibles (reforma agraria para quebrar el latifundio y la acción del regresivo binomio latifundio-minifundio, redistribución del ingreso, sin lo cual el mercado interno seguiría siendo estrecho), disponerse a resistir con firmeza la penetración y dominio de las transnacionales en defensa de sus mercados nacionales y de su mercado regional y por tanto, disponerse a enfrentar a los gobiernos de Estados Unidos, sin lo cual es impensable alguna política de desarrollo autónoma en esta región.

Como balance regional, y sin olvidar que cada historia nacional es específica y nunca exacta a otras, la burguesía industrializante soñada por CEPAL fracasó en su papel como estrella del reparto. Demostró ser más transnacionalizada que nacional y por lo general, aceptó la hegemonía norteamericana y el actuar como administradores de la dependencia y empleados de alto nivel de filiales de transnacionales, antes que ser los burgueses “nacionales”, plantados en defensa de sus mercados, empresas y proyectos propios.

El error de la CEPAL no consistió en una mala concepción del modelo en cuanto a la lógica de su funcionamiento a partir de concederle a la burguesía industrializante todos los atributos con que la idealizó. Aquella lógica era correcta para reproducir con atraso en América Latina procesos clásicos de desarrollo capitalista ocurridos en Europa y Estados Unidos. Pero ya entonces la burguesía industrializante o era demasiado débil, o era demasiado dependiente y sometida, o temía demasiado a las revoluciones populares después del triunfo de la Revolución Cubana, o tenía todo lo anterior mezclado; y no fue más allá de ser administradora de la dependencia más que dirigentes de un desarrollo capitalista autónomo.

Más que el fracaso del modelo cepalino, lo que ocurrió fue el fracaso del desarrollo capitalista autónomo de América Latina.

No se hicieron las transformaciones estructurales internas y no fue sorpresa que la integración fuera entonces de los capitales y no de los pueblos. Y ni siquiera de capitales nacionales, sino la integración de capitales transnacionales que han sido los reales diseñadores de los esquemas existentes.

Las reformas agrarias o no se hicieron en absoluto (Brasil) o fueron hechas reformas blandas o peor aún, fueron sustituidas por subterfugios como la colonización, administración de tierras o “desarrollo del mercado de tierras” de los tiempos neoliberales.

Como el pobrerío latinoamericano nunca fue considerado más que como acompañante y receptor pasivo de un modelo dirigido por sus burgueses y oligarcas, entonces la integración nunca fue una causa popular ni conectó con las luchas y aspiraciones de los pueblos. Permaneció como uno más de los temas tecnocráticos reservados al manejo de expertos en remotas reuniones internacionales y materia prima para discursos de salón.

Cuando el neoliberalismo irrumpe y se hace dominante en la región, la integración se había quedado lejos de su realización, pero tal como el “desarrollo hacia adentro” logró algunos aciertos parciales, ella había alcanzado algunos pequeños avances en forma de intentos de complementación productiva mediante programas multinacionales como los metal-mecánico y automotriz en el Pacto Andino, o los intentos de regulación del capital extranjero con la Decisión 24 de dicho Pacto, en coincidencia no casual con los momentos de mayor proyección popular y autonomía frente a Estados Unidos en los gobiernos de Allende en Chile y Velasco Alvarado en Perú.

Parte II - 22 de agosto 2005

El CARICOM intentaba avanzar en muy difíciles condiciones dadas por la pequeñez de las economías y las huellas muy visibles de la relación dependiente con las viejas metrópolis europeas y la nueva metrópoli norteamericana.

A partir de 1982 con el estallido de la crisis de la deuda externa y la caída en masa hacia el neoliberalismo, el escenario sería otro. El ciclo neoliberal vació el escaso contenido de la integración regional y bajo los nombres de los esquemas de integración que se conservaron, abrió paso a la desintegración.

Es curioso recordar lo que algunos dijeron al observar que bajo el “ajuste estructural” fondomonetarista, los países que en él caían, de inmediato hacían y decían lo mismo, con una homogeneidad que era lo contrario de la “heterogeneidad” tan invocada por la CEPAL como obstáculo para la integración en los tiempos idos.

Esa homogeneidad en discurso y acciones neoliberales hizo exclamar a algunos con regocijo ingenuo en algún caso y cínico en muchos, que había llegado la buena hora para la integración regional, pues había terminado la heterogeneidad en cuanto a política y estrategia de desarrollo. Ahora todos los gobiernos decían, hacían y deseaban lo mismo.

La CEPAL arrió sus banderas del “desarrollo hacia adentro” y adoptó el eclecticismo imposible entre el modelo cepalino de Prebish —surgido en condiciones de guerra con el pensamiento económico liberal de los años 40 y 50—, y el neoliberalismo de los Chicago boys y el FMI. El resultado fue un híbrido que planteó una retirada de la herencia clásica cepalina, queriendo hacerla pasar como otra expresión de pensamiento original. Fue el “regionalismo abierto” que, bajo la acción modeladora real de la política neoliberal, las privatizaciones masivas y la capitulación ante las transnacionales, mostró ser muy abierto y muy poco regionalista.

Desde la época cepalina y aún más con el ciclo neoliberal, la integración fue entendida en lo esencial, como comercio intralatinoamericano y sus avances fueron medidos por el crecimiento del comercio intraregional. Este modo de entender y medir el avance de la integración refleja su debilidad al menos en tres aspectos.

La integración no puede reducirse al puro y simple comercio porque éste —sin mecanismos reguladores que compensen la tendencia al intercambio desigual entre partes de mayor y menor desarrollo— no hace más que reproducir y ampliar el esquema de producción, productividad y dominio comercial del cual parte.

En la medida en que el comercio sea más respetuoso de la pretendida pureza de la ley del valor como lo quieren los neoliberales, en esa medida fortalecerá a los fuertes y debilitará a los débiles, o en otras palabras, actuará como un agente desintegrador.

Por otra parte, las estadísticas sobre el comercio intraregional son engañosas, porque no dicen quiénes son los agentes económicos protagonistas de ese comercio. Es una verdad bien establecida que al menos 2/3 del comercio mundial actual no es más que comercio intrafiliales de empresas transnacionales (Oxfam, 2002). Estas filiales se “compran” y se “venden” entre ellas para evadir impuestos, como parte del funcionamiento global de mega empresas que de ese modo, hacen una especie de caricatura de comercio internacional que no es otra cosa que comercio cautivo dentro de la empresa y movido por el interés de lucro de ella, pero que aparece en las estadísticas como exportaciones de países soberanos. ¿Cuánto de ese comercio intralatinoamericano no es más que “comercio” entre filiales radicadas al amparo de privatizaciones y concesiones?.

Las transnacionales superponen sobre el espacio económico regional sus estrategias de concentración o desconcentración de producción, de mercado, de crecimiento, con una lógica global de competencia entre grandes consorcios privados. Esa lógica es diferente a la del proceso de integración regional sobre el cual actúa, y es también indiferente a las necesidades de ese proceso, el cual no es más que un dato a considerar entre muchos otros en una estrategia global de maximización de ganancia.

Esa lógica globalizada puede coincidir de modo coyuntural y momentáneo con el crecimiento del comercio dentro de un esquema de integración.

“Eventualmente, por razones de intereses de la regionalización de las empresas transnacionales, se producen espacios de competencia que permiten la exportación de manufacturas (Fajnzylber, 1970 y Fajnzylber y Tarragó 1976). Más recientemente, la industria automotriz sufrió un proceso de reagrupamiento y modernización en las empresas de ensamblaje, que alimentó la expansión del comercio de manufacturas intrabloque Mercosur. Esto constituye un buen ejemplo de cómo estas empresas globalizadas reestructuran espacialmente su proceso de producción y de cómo el aumento del comercio en realidad representa, en su mayor parte, un aumento de las transacciones intraempresas, con incremento del coeficiente importado, bajo valor agregado y bajo nivel de empleo por unidad de producto”.

Por último, en lo cuantitativo la realidad es pobre.

Después de un crecimiento inicial en la década de los 60, el comercio intraregional se mantuvo más de 20 años moviéndose en torno al 13% del comercio total regional (Tavares-Gomes, 1998). En 1997 llegó a alcanzar el 21,1%, pero en el 2003 había retrocedido hasta el 16%.

Más de 40 años de intentos integracionistas no habían podido hacer avanzar el comercio intraregional —entendido como medidor central de la integración— más allá del 16% del comercio total. Sin olvidar que México, una de las economías mayores y la más absorbida por Estados Unidos, hace con su socio mayor en el TLCAN el 88% de su comercio y con América Latina apenas el 5%.

La desintegración como proceso real, aunque conservando los nombres de los viejos esquemas de integración e incluso agregando otros como el Mercosur, ha sido la tónica del ciclo neoliberal.

En él se aplicó con rigor dogmático aquello de que el mercado lo resuelve todo de la mejor manera posible y en línea con eso, se pusieron en práctica tres ámbitos de política que resultaron fatales para la integración.

Uno de ellos fue la concepción del comercio como carrera competitiva por exportar hacia Estados Unidos y Europa, lo que fue en los hechos la llamada inserción de América Latina en la economía mundial. Economías latinoamericanas con estructuras similares de exportación no hicieron otra cosa que una competencia suicida por exportar hacia aquellos mercados extrarregionales, mientras que los mercados nacionales y el mercado regional, minimizados aún más por la creciente pobreza y exclusión que el neoliberalismo desató, se convirtieron en subproductos marginales carentes de atractivo.

Otro paso desintegrador fue el abandono del trato preferencial a los países de menor desarrollo.

Este trato preferencial es tan necesario como fácil de entender, si asumimos que ningún grupo de países puede hacer una integración efectiva entre ellos reproduciendo o ampliando las diferencias de desarrollo y concentrando los beneficios de la integración en los más fuertes.

Esta verdad elemental la entendió la integración europea, la que nunca renunció a mantener esquemas de intercambio desigual y de explotación neocolonial con sus antiguas colonias tercermundistas, pero que le concedió sustancial trato preferencial a España y Portugal, porque no habría integración europea con la continuidad del atraso en esos países situados dentro del espacio a integrar.

Esa verdad elemental fue ignorada por el rigor dogmático neoliberal en América Latina. El trato preferencial es, para este neoliberalismo de manual, mucho más que una anomalía. Es una herejía que atenta contra el dogma del mercado perfecto. Así como la pobreza personal no es un fallo del sistema, sino un fracaso individual derivado de la ineptitud para abrirse paso en el mercado, la pobreza de un país también lo es, por lo que otorgarle trato preferencial sería negar el dictamen del mercado y premiar la ineptitud.

El trato preferencial es rechazado como principio general de política y repudiado como corrección de fallas del sistema o compensación por la explotación colonial. Aniquilado como principio general de política y ni siquiera reconocido como necesidad para que la integración funcione, el trato preferencial queda desnaturalizado y reducido a la limosna de caridad con nombre de ayuda humanitaria.

El efecto para la integración regional de este dogmatismo de mercado ha sido devastador, aunque con innegable coherencia han actuado tanto el FMI —aplicando iguales programas de “ajuste estructural” a países tan diferentes como Brasil y Haití—, como el ALCA al proponer iguales disciplinas para la inversión, las compras gubernamentales, la política de competencia, el régimen de propiedad intelectual, la apertura comercial a esos países y admitir tan solo plazos algo diferentes para hacer lo mismo.

El tercer golpe mortal a la integración fue la privatización masiva de empresas públicas mediante una fiebre privatizadora que abarcó unos 4 000 activos de propiedad pública y propició tal marea de corrupción y enriquecimiento ilícito que América Latina compite con fuerza por el campeonato mundial en presidentes presos y sometidos a tribunales por democráticos robos de fondos públicos.

El significado de la privatización de las empresas y la exaltación de lo privado a una suerte de mitología de super eficiencia y fuerza generadora de riqueza, fue despojar a los estados de la capacidad para hacer política económica, para regular con medios propios el funcionamiento de la economía, para ofrecer al conjunto social los servicios públicos básicos.

El ciclo neoliberal ha sido en lo tocante a la integración el de la ruptura de los modestos lazos intraregionales y el avance acelerado de otro tipo de integración: la que tiene lugar con las transnacionales, en especial con el capital especulativo que se aprovecha de la liberalización financiera; pero también con aquellos interesados en controlar aún más los mercados nacionales, en obtener concesiones absolutas para asegurar su inversión, en apoderarse de las compras gubernamentales, en saquear la riqueza regional de biodiversidad, en controlar el petróleo, el gas, el agua.

El avance de esa integración con las transnacionales, con la liberalización financiera y comercial, equivale a una integración hacia afuera y una desintegración hacia adentro. Continuar avanzando por ese camino tiene ya señalado un destino de llegada. Es el ALCA, que representa la integración con Estados Unidos en calidad de apéndice subordinado. Es el abandono de cualquier proyecto de integración regional propio para aceptar la función de coristas.

El ALCA pretende ser el broche que cierre la cadena neoliberal que durante tres décadas se ha forjado en la región, y convertir la política neoliberal del “libre comercio” en un compromiso jurídico de los estados, para hacer imposible su abandono.

Si el ALCA se convirtiera en realidad —lo cual parece imposible si se mantiene con máxima intensidad la lucha contra ese proyecto imperialista— la integración de América Latina consigo misma quedaría clausurada. La política neoliberal y el ALCA como su culminación jurídica, demuestran que una integración modelada por el mercado de las transnacionales y la liberalización, no conduce más que a la anexión con Estados Unidos.

Fracasó la integración cepalina y fracasó la integración neoliberal, pero la integración es más que nunca asunto vital para la región devastada por tres décadas de “apertura y libre comercio”.

La reflexión sobre el fracaso no puede quedarse en el inventario de errores. No se trata de extender el certificado de defunción después de una minuciosa autopsia del cadáver que establezca las causas de la muerte.

La integración regional no es cadáver porque hay lucha y resistencia contra el ALCA, porque el terreno para esa resistencia está fertilizado por la explotación y la deuda social acumuladas. Y porque existe un nuevo proyecto de integración diferente y distante de cualquier esquema anterior: la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA).

La idea de una integración diferente a esa que en las últimas cuatro décadas se le ha llamado así; la integración pensada en los términos de Bolívar y Martí, rescatando la sustancia olvidada y silenciada; la integración de los pueblos y no de los capitales; en suma, la verdadera integración convocada tanto por la historia, por la cultura como por la necesidad de sobrevivir y alcanzar el desarrollo, fue planteada por el Presidente Hugo Chávez en la Cumbre de la Asociación de Estados del Caribe efectuada en Isla Margarita, Venezuela en 2001.

¿Cuáles son las lecciones que pueden aprenderse del fracaso de aquella integración, que toma el ALBA para convocar de nuevo a los latinoamericanos y caribeños a integrarnos?

1) La primera sería que para hacer la integración regional, ésta no puede ser con Estados Unidos (ALCA), ni tampoco pretendiendo una falsa no mención del gobierno de ese país. El gobierno y las transnacionales de Estados Unidos tienen su proyecto para integrar a la región como área de segura explotación financiera y comercial y abastecedora de petróleo, gas, agua, biodiversidad y enclave de bases militares. El ALCA y el ALBA tienen lógicas no sólo diferentes, sino excluyentes. La posición respecto al ALCA y su otra cara, esto es, los Tratados Bilaterales o Plurilaterales de Libre Comercio, es una línea divisoria entre la integración de los pueblos y la integración de los capitales.

No es concebible participar en el ALBA y al mismo tiempo entrar en el CAFTA o en un Tratado Bilateral de Libre Comercio que equivale a un ALCA a la medida. La integración no se hará con Estados Unidos ni tampoco con la neutralidad de su gobierno, sino haciendo respetar el ALBA en la lucha contra la hegemonía.

2) La integración no será dirigida por las oligarquías de la región. Si éstas fracasaron en desempeñar el papel estelar que la CEPAL les adjudicó en los primeros intentos integracionistas en las décadas de los años 60 y 70, cuando se asumía la existencia de burguesías industrializantes, en especial, en países grandes y medianos; ya no quedan más que restos de aquellas, después que el neoliberalismo arrasó con buena parte de la industria nacional y estableció oligarquías, ahora estructuradas en torno a la liberalización y especulación financiera, constituidas por empleados bien pagados de filiales de las finanzas transnacionales, comerciantes vinculados a la importación o a los servicios destinados al estrecho sector capaz de consumir de modo tan dispendioso como en Nueva York, París o Londres.

Esas oligarquías transnacionalizadas y cautivas en el discurso del libre comercio y la democracia formal, no pueden dirigir más que la fuga de sus capitales y la oposición —telegrafiada desde Washington— a cualquier gobierno o movimiento popular que levante la cabeza en la región.

3) La integración no puede reducirse al comercio, ni medir sus avances por el crecimiento del intercambio comercial, ni éste puede encerrarse entre las rejas del llamado “libre comercio”.

No se trata de abolir el comercio, sino de reconocer que el proceso de integración es mucho más que hacer comercio y que incluso, no puede contentarse la integración verdadera con cualquier clase de comercio. El “libre comercio del ALCA, de los Tratados de Libre Comercio, de la OMC, no es más que la añeja fórmula de reclamar libertad de comercio por aquellos países que tienen mayor desarrollo y control oligopólico del mismo, para penetrar mercados de países de menor desarrollo y obtener, para su beneficio, el intercambio desigual.

Ese intercambio desigual que se aplica de modo habitual en las relaciones entre países desarrollados y subdesarrollados, puede funcionar también entre diferentes grados de subdesarrollo en perjuicio de los más pobres entre los pobres, si se permite que sea el mercado sin regulación quien decida el curso del intercambio.

La glorificación del “libre comercio” —que no ha existido en estado puro más que en las elegantes abstracciones del liberalismo—, y la consecuente demonización del proteccionismo y del “comercio administrado”, son expresiones de aquellos que se encuentran en el polo agradable del intercambio desigual.

Para los que se encuentran en el campo de los perdedores, el comercio es un instrumento imprescindible, que debe ser estimulado, aunque siempre sometido a los objetivos de desarrollo de la integración, lo que implica compensar a los más débiles con fórmulas que pueden ser precios preferenciales, comercio de trueque u otros, al tiempo que se eliminan, con mucha más velocidad que en los esquemas tradicionales de integración, las barreras arancelarias y no arancelarias y los obstáculos técnicos al comercio.

El ALBA ha iniciado su vida con la Declaración Conjunta y el Acuerdo para su aplicación firmados en La Habana por los Presidentes de Venezuela y Cuba el 14 de diciembre de 2004. En esos documentos se refleja la concepción del intercambio comercial como instrumento (no un fin en si mismo) al servicio de la integración. La venta de petróleo venezolano a Cuba en los términos concesionales del Acuerdo de Caracas, la compra por Cuba de exportaciones no petroleras venezolanas por 412 millones de dólares sólo en 2005, el establecimiento de un precio mínimo garantizado por Cuba al barril de petróleo exportado por Venezuela, con independencia de que el precio de mercado mundial pueda caer por debajo de él, son expresiones reales de este nuevo tipo de integración.

4) El proceso de integración tampoco puede reducirse a la economía, aunque sea una verdad obvia que la economía no puede descuidarse nunca y que sin ella la integración carecería de sustento.

El proceso de integración debe tocar con la mayor velocidad allí donde el déficit es mayor y comenzar a aliviar los males sociales. Lo “social” no puede quedar para después de lo económico. Con los recursos disponibles debe desplegarse el máximo esfuerzo por reducir la deuda social.

Los esquemas integracionistas tradicionales han sido en extremo economicistas. Esto se acentuó mucho más con la llegada del ciclo neoliberal y su esencial desdén por lo social, aunque la triste catástrofe de la pobreza, la educación, la salud, la seguridad social, el empleo, han forzado en años recientes a los neoliberales a entonar el discurso “social”, y a pretender combatir con conceptos “focalizados” los inevitables resultados de la política económica que siguen aplicando. Es la posición de aquellos que entienden la política social como la ambulancia que recoge los muertos y heridos que provoca la política económica.

La deuda social que pesa sobre la región es de tal magnitud que la integración —para tener significado real sobre la vida de vastas porciones de la población de la región— no puede dejar para después las acciones para reducirla.

Curar enfermos que nunca tuvieron atención de salud, alfabetizar a los analfabetos, proveer educación desde el nivel primario hasta la enseñanza superior a los que no pudieron acceder a ella, es comenzar a atacar en su base misma la exclusión social y a integrar a la vida a muchos millones de humanos para los que entonces, la integración latinoamericana tendría un imborrable significado concreto.

Esto equivale a sembrar la integración en los sentimientos y en las vivencias, con raíces afianzadas en la atención a las carencias más lacerantes.

Continuará...


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