Colombia: El desquiciamiento de la agricultura
por Eduardo Sarmiento P.
Luego de dos años de modesta recuperación, se ha vuelto a las mismas. El año anterior se perdieron 60 mil hectáreas y en el presente año se perderán otras 120 mil. El producto agrícola creció en 2,7% en 2005, 0,7% en el primer semestre, y este desempeño se repetirá en el segundo semestre. Aún más diciente, el empleo cae 9%, el crédito agrícola desciende en términos reales y, como contraprestación, las importaciones crecen 25%.
La explicación está en que la política la dictan los mismos que sumieron al sector y al país en la crisis. Lo que está sucediendo en la agricultura es precisamente lo que han venido recomendando Hommes y sus amigos. Su propuesta es abrir el sector a la competencia internacional para que entren los cereales subsidiados en los países desarrollados y se reemplacen por los cultivos tropicales y la industria bovina. No les cabe en sus cabezas que la gran demanda de cereales en los mercados internacionales de ninguna manera puede ser reemplazada por la arracacha, la lechuga, la uchuva y las hojas de tamal.
En realidad, los productores están percibiendo lo que no fueron capaces de ver los funcionarios y negociadores del TLC. Como ocurrió en los primeros meses de la apertura, anticipan que no podrán competir con tasas de cambio revaluadas y con el TLC. En lugar de someter sus productos a una confrontación ruinosa, en forma inteligente optan por abandonar las siembras. No es casual que la caída del área agrícola se presente en los productos que se elaboran en los dos países y serán los más afectados por el TLC, como arroz, maíz, sorgo, soya y algodón.
Los hechos están demostrando la incompetencia de los neoliberales para adaptar las teorías a la realidad de los países y pasar de la teoría a la práctica. Luego de quince años de sucesos negativos, no han logrado salir de la teoría de la ventaja comparativa, formulada por David Ricardo a principios del siglo XIX. De acuerdo con este principio, la liberación comercial propicia la especialización de los productos de ventaja comparativa, es decir, aquellos que pueden ser elaborados a menores costos relativos, y resulta en el aumento de la producción y el empleo. Tal como lo he mostrado en varios de mis libros, las cosas son muy distintas en el mundo real, donde los productos enfrentan limitaciones de demanda y la constante es la producción de bienes comunes en países con características distintas. La desprotección de estos bienes comunes, como son los cereales, induce una entrada de importaciones abaratadas y una contracción de su producción que supera con creces la expansión de los bienes de menor costo relativo. El resultado es la caída del área agrícola, la producción y el empleo, y la explosión de las importaciones en relación con las exportaciones.
En todo esto no falta la hipocresía. Ante el clamor nacional de que se proteja la agricultura, el equipo económico y los negociadores del TLC proclaman que defenderán el sector hasta las últimas consecuencias. Pero una cosa es lo que se dice y otra es lo que se hace. En el fondo, todos están jugando al modelo de destruir la producción de cereales y sustituirla por la agricultura tropical y la industria bovina.
Algo similar ocurre a nivel mundial. En los pronunciamientos políticos, los países desarrollados manifiestan su voluntad de reducir la protección a la agricultura para ayudar a los países pobres. Al mismo tiempo, advierten que se trata de un medio muy efectivo para mejorar las condiciones de la población rural, reducir la pobreza y acortar las desigualdades. El dilema se resuelve, dentro de grandes despliegues, que anuncian negociaciones para desmontar los subsidios y, como ocurrió recientemente en la Ronda de Doha, no terminan en nada.
Colombia ha sido, sin duda, una de las víctimas del doble juego. Estados Unidos se resistió a negociar los subsidios agrícolas en el TLC, aduciendo que lo haría en la Organización Mundial del Comercio (OMC), y sobre esa base, le exigió al país desmontar la franja de precios. Hoy en día, Estados Unidos mantiene los subsidios y Colombia renuncia al mecanismo más idóneo para contrarrestarlos.
El balance es negro. La apertura que sometió la agricultura a la competencia con productos subsidiados en los países desarrollados, la incompetencia para interpretar el fracaso y abandonar la teoría de la ventaja comparativa, los desaciertos reiterados del manejo cambiario y las expectativas del TLC, se sumaron para configurar el peor experimento económico del siglo. El desplome del área agrícola en los últimos quince años resquebrajó el crecimiento y el empleo, debilitó la balanza de pagos y acentuó las desigualdades y la pobreza. Y como los gestores de política se niegan a aprender de la experiencia, el país se encuentra en la antesala de repetir la historia con el TLC.