Tratados contra la democracia
Tratados contra la democracia
Por Juan Manuel Aragüés, 9-12-16
Si por algo se ha caracterizado el neoliberalismo, en su estrategia de erosión de la democracia, ha sido por el progresivo vaciado de competencias de los Estados, de las naciones. Esas competencias han sido asumidas por instituciones ajenas al control ciudadano y al servicio de los intereses de los grandes poderes económicos. El Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo son solo dos de los ejemplos más paradigmáticos de instituciones creadas para imponer, de modo no democrático, decisiones a los gobiernos surgidos de la voluntad popular. El proceso de la Unión Europea, en el que la unión política nunca ha sido abordada en serio, es otro ejemplo de cómo el ámbito económico no sometido a control social se convierte en motor de un proceso de erosión de las instituciones democráticas. El neoliberalismo ha utilizado las instituciones para vaciarlas de sus funciones.
En este contexto de imposición de la ideología neoliberal es en el que se ha producido la promoción de dos acuerdos comerciales entre Europa y Estados Unidos (TTIP) y entre Europa y Canadá (CETA) que tienen como cometido fundamental inmunizar las relaciones comerciales frente a cualquier control político por parte de los parlamentos nacionales o del parlamento europeo. Dicho con más claridad, lo que se pretende es que las empresas y sus transacciones no estén sometidas a las legislaciones ni a la soberanía popular. La democracia, para el neoliberalismo, es un impedimento para los negocios.
Los defensores de dichos tratados argumentan que serán un instrumento para incentivar los intercambios comerciales, que se verán sometidos a menos controles y trabas. Pero precisamente, esa ausencia de controles implica la pérdida de garantías de diferentes sectores de la población. Por un lado, los consumidores, quienes verán disminuidas las exigencias con respecto a los productos consumidos, lo que implicará una disminución de la calidad de los mismos o, incluso, someterá a los usuarios a riesgos derivados de la ausencia de los mencionados controles. Por otro, los trabajadores, cuyas condiciones laborales pueden quedar remitidas a las de países terceros que vulneran el ordenamiento jurídico de la Unión Europea. Finalmente, la ciudadanía, que puede ver sus derechos democráticos conculcados mediante estrategias que permitan a los lobis convertirse en productores de las normativas comerciales.
Este deterioro de los procesos democráticos se está poniendo de manifiesto en la propia tramitación de ambos acuerdos por parte de las instituciones europeas. El secretismo se ha llevado al extremo, hasta el punto de que los eurodiputados que acceden a la documentación sobre el proceso de negociación deben guardar silencio respecto a los documentos a los que han tenido acceso. ¿Es propio de sociedades democráticas que las discusiones en torno a normas que van a condicionar fuertemente su evolución futura no sean conocidas por la ciudadanía? La respuesta es evidente.
El neoliberalismo es una ideología de marcado carácter antidemocrático. Pero lo original de la misma es que utiliza las instituciones democráticas para erosionar la democracia. El golpismo neoliberal es lo que en ocasiones he denominado un golpismo posmoderno, blando, que no recurre a la fuerza armada, sino que hace palanca en las instituciones para socavarlas. De ese modo, bajo la cobertura de procedimientos formalmente democráticos, el neoliberalismo ha procedido a un ataque sin precedentes de la democracia en aras de los exclusivos intereses de los poderes económicos. Los mencionados tratados, CETA y TTIP, son la mejor expresión del signo de los tiemos, de la pretensión de los poderes económicos de saltarse cualquier control democrático. Y en este caso, son las instituciones europeas las que están realizando una labor de caballo de Troya contra la democracia que ellas dicen representar.